Detectando lo sobrenatural

por | 11 marzo, 2014

App para tu iPhone para detectar fantamas. Porque uno nunca sabe… Fuente: appszoom.com

¿Ha escuchado o leído este tipo de respuestas alguna vez, parafraseadas de diversas maneras? ¿Ha sido Ud. quien las ha emitido hacia alguien que no «cree»?

“Es que tú solo quieres ver cosas lógicas, pero hay cosas más allá,
que nunca verás solo usando la lógica. Yo las veo con mi corazón
y sé que es cierto…”
“La ciencia solamente ve y puede demostrar cosas del mundo material; pero
lo que yo te digo está más allá de lo material, es espiritual; por eso no me
pidas una demostración científica, estamos hablando de fe…”
“Es que cuando abras tu corazón, podrás ver la evidencia que me pides, y
entonces entenderás; ¡eres un cerrado de mente!”

Pues, en cualquiera de los dos casos, bienvenido al universo escéptico.

Ser escéptico científico, en el significado moderno del término, no significa creer en nada, o asumir que nada pueda saberse. El escepticismo moderno consiste en no aceptar aquellas afirmaciones respecto de la realidad para las cuales no hay pruebas, evidencias y razones suficientes para aceptarlas como ciertas.

Afirmaciones para las cuales no hay suficientes razones para creerlas, abundan. Virtualmente, todas las afirmaciones respecto de fenómenos paranormales, ufológicos, seres crípticos, medicinas alternativas, dogmas religiosos y temas similares, si bien son aceptadas como ciertas con certeza (a veces absoluta) por parte de sus promotores o por los “verdaderos creyentes”, ellas caen en la categoría «no suficientemente demostrada» para los escépticos.

Y es usual que cuando los escépticos presionan a los creyentes para que revelen cuál es la evidencia que debiera convencerlos de creer como los ya creyentes lo hacen, los creyentes suelen dar como respuesta final alguna de las respuestas mostradas al inicio del artículo, combinaciones de ellas, o bien ideas similares. En otras palabras, están diciendo que   “sé que esto es real, pero es imposible demostrarlo científicamente, está más allá de la ciencia…”, y muy en el fondo: “no pidas una demostración, sólo  cree que es cierto”.

La pregunta es: ¿debiéramos creer entonces basados en tales respuestas? ¿Hay algo más allá de la “ciencia” que exista pero que la ciencia no puede ver?

Las respuestas escépticas a tales preguntas son un “rotundo no”, y “tal vez”.

El problema para alguien que da una respuesta como las iniciales es que no entiende el concepto de carga de prueba: La carga de prueba recae en quien hace una afirmación positiva, en los creyentes que afirman la existencia de algún fenómeno, ser o ente; pedir que se demuestre un negativo universal es irracional.

Ahora, ¿debiera cualquier fenómeno real ser estudiable por la ciencia?

El primer escollo es que la ciencia estudia “el mundo natural”: examina todos aquellos fenómenos que observamos alrededor nuestro, analizándolos, catalogándolos, buscando y entendiendo sus relaciones, sus causas, y planteando explicaciones para ellos basadas en la evidencia disponible. Pero cuando lo que se quiere estudiar es “sobrenatural”, ¡por definición está “más allá del mundo natural”! La respuesta ingenua a ese problema es asumir que eso deja tal fenómeno automáticamente fuera del alcance de la ciencia, fin de la discusión. Y eso no es del todo cierto.

La postura filosófica del “naturalismo filosófico” (también conocido como  naturalismo metafísico) explica que la ciencia estudia lo natural y, como no se ha visto jamás nada más allá de lo natural, entonces definitivamente no existe nada más allá de lo natural. Lo natural es todo lo que hay. Tal postura es lógicamente insostenible, pues el que no hayamos visto cosas más allá de lo natural no significa que no haya algo, ya que ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Tal vez pueda haber algo más allá del mundo natural que simplemente aún no hemos detectado aún. Además el naturalismo filosófico es una postura positiva que deja la carga de prueba sobre quienes la afirman y, hasta donde sé, nadie ha demostrado taxativamente que tal conclusión sea correcta. Por ello, racionalmente no es una postura sostenible.

La postura filosófica alternativa es el “naturalismo metodológico”, el cual explica que la ciencia está limitada a lo que puede observar y estudiar, que es lo que está accesible en el mundo natural, pero si hay algo sobrenatural que está más allá de lo natural, la naturaleza del método científico no la puede observar, y por lo tanto la ciencia no puede sacar conclusiones respecto de la existencia (o inexistencia) de tales fenómenos sobrenaturales. Esta postura es una especie de “agnosticismo” científico, y es compatible con el escepticismo científico.

Luego, los creyentes en lo sobrenatural suelen rechazar (correctamente) el naturalismo filosófico (pues no ha satisfecho su propia carga de prueba), pero luego apuntan al naturalismo metodológico y asumen que, dado que la ciencia no debería poder siquiera observar los fenómenos sobrenaturales que ellos aceptan como ciertos, la ciencia nada puede hacer o decir al respecto.

Y aquí está el problema. Cualquier fenómeno sobrenatural, si existe, puede forzosamente tomar una y sólo una de las dos siguientes posibilidades, presentando una dicotomía real y perfecta:

  1. El fenómeno sobrenatural no interactúa, ni puede interactuar, en forma alguna con el mundo natural, de manera que no hay nada en la realidad, material (partículas elementales con o sin masa) o inmaterial (energía y fuerzas de la naturaleza) que interactúe y se vea afectado por la existencia del fenómeno sobrenatural en cuestión.
  2. El fenómeno sobrenatural sí interactúa de alguna forma con el mundo natural, de manera que hay efectos reales sobre la realidad (partículas elementales con o sin masa, energía y fuerzas de la naturaleza) debido a la interacción entre la realidad y el fenómeno sobrenatural en cuestión.

Como se puede ver, no hay tercera opción. Lo sobrenatural o interactúa con el mundo natural, o no lo hace, pero no hay intermedios.

¿Qué puede decir la ciencia entonces?

Si lo sobrenatural es definido por sus promotores y creyentes en la primera categoría, entonces, efectivamente, NADA se puede concluir de tal fenómeno sobrenatural, incluida su propia existencia. Peor aún, tampoco se puede inferir nada respecto de sus propiedades o características, pues son total y absolutamente invisibles desde el mundo natural. Lo que los creyentes no captan, es que eso también implica que tampoco hay razones para creer que tal fenómeno exista pues por definición no tenemos ninguna forma de detectarlo, y por ello aún si tal fenómeno realmente existe más allá de lo natural, en nuestra realidad natural tiene cero relevancia, pues tal fenómeno sobrenatural no tienen ningún efecto (ni puede tenerlo) sobre nuestro universo real y material.

Si tal es el caso, La pregunta desde un punto de vista escéptico y científico, es que si tal fenómeno sobrenatural sí existe, pero no interactúa con el mundo natural, entonces por qué (o cómo) los creyentes siquiera pueden afirmar saber de la existencia de tal fenómeno, pues el sólo hecho de que ellos lo sepan contradice la premisa de que tal fenómeno no interactúa con el mundo material; De hecho ¡interactúa lo suficiente sobre la realidad como para que ellos lo crean! Así que, de todos modos, la carga de prueba sigue en las manos de los creyentes.

Ahora, si algo sobrenatural es definido en la segunda categoría, necesariamente la ciencia puede ver y examinar como mínimo esas interacciones entre el mundo natural y lo sobrenatural, es decir que puede determinar cuándo un fenómeno interactuó con la realidad versus cuándo no, y detectar cómo la realidad es diferente en cada caso. En base al estudio (indirecto) de los efectos de lo sobrenatural sobre lo natural, es totalmente posible demostrar que, al menos, tal fenómeno sobrenatural existe y es real por sus efectos en el mundo natural, aunque su causa última sea incluso imposible de determinar científicamente (vea la sección “Los límites de la ciencia”, más abajo).

En el primer caso, lo sobrenatural es irrelevante aún si existe, en el segundo, es relevante pues produce efectos en la naturaleza y por ello tales efectos pueden ser estudiados científicamente.

Los promotores de lo sobrenatural suelen responder a esta encrucijada indicando que en realidad el fenómeno sobrenatural que postulan no interactúa con el mundo natural (caso 1) por lo que sigue sin ser detectable por la ciencia, pero de todas formas sí hay una interacción real de tal fenómeno sobrenatural “en el interior” de los propios creyentes: el fenómeno sobrenatural interactúa únicamente con el espíritu, la parte espiritual, el sexto sentido o el “sentido transcendente” (o como se le llame o defina) del propio creyente en forma que, para el creyente, la existencia del fenómeno sobrenatural es total y absolutamente real; pero como la ciencia no puede medir las experiencias subjetivas e internas del creyente (y la misma existencia de un supuesto espíritu inmaterial nunca ha sido demostrada), tales experiencias son totalmente reales pero fuera de alcance la ciencia. Así, algo puede pertenecer a la categoría (1) pero ser real y detectable por los creyentes al mismo tiempo que indetectable para los científicos.

Ése es el tenor de las respuestas que abren el artículo : implícitamente asumen que la comprobación de sus creencias es una experiencia personal e interna, pero no puede ser objetiva y científica. Tales posturas  apuntan a creer en capacidades que permiten “ver” más allá de lo evidente, cual lo hacía el personaje de Leon-O en la serie de dibujos animados “Thundercats” cuando usaba su “Espada del Augurio”, pero que sólo quien tiene el poder puede “vivenciar” y validar, mientras que para quienes no tienen tal poder sólo queda creer: “¿no lo logras percibir nada más allá de lo natural? Ese es tu problema, pero no para los gurús que sí están preparados… ¡por eso yo creo!…”.

¿Es esa “detección por experiencia personal” un escollo insalvable para la ciencia? ¿Podemos de alguna manera validar científicamente si la experiencia interna y personal, incluso “metafísica”, que vive un creyente, dotado o elegido, apuntan a un fenómeno real, aun cuando nadie excepto  los “elegidos” pueden vivenciar tal experiencia? Lamentablemente para quienes postulan el argumento de que es “imposible”, la respuesta es sí.

Para comprobar si cierto fenómeno paranormal es real no necesitamos  microscopios, telescopios, exámenes de laboratorio o aceleradores de partículas para ”detectarlo”, ya que si los propios “elegidos” declaran ser sensibles al fenómeno sobrenatural, basta que ellos actúan como “sensores”. Sólo se necesita de ellos mismos para determinarlo. Son ellos los que tienen (supuestamente) un sentido especial que no todos tienen y, si tal sentido es real y percibe algo real, sí es posible confirmar si el fenómeno sobrenatural en cuestión es, al menos,  real.

¿Cómo podemos determinar si algo que está “dentro” de nuestra cabeza, basado en percepciones que van más allá de los cinco sentidos habituales, es real?

Demostrando la existencia de la luz

Podemos hacer un experimento mental para demostrar que es posible saber si las percepciones internas de alguien tienen asidero en algo real externo a ellos, incluso cuando nadie más puede percibirlo.

Supongamos que existe un planeta donde todos sus seres (incluidos los más inteligentes y evolucionados) tienen el equivalente a solamente cuatro de nuestros sentidos: gusto, audición, tacto y olfato. Pero estos seres carecen totalmente de vista. Son ciegos a la luz visible o cualquier otra radiación del espectro electromagnético. Toda su percepción de la realidad viene de sus otro cuatro sentidos.

Un día, uno de ellos gana inesperadamente la capacidad de ver. Se le activa un sentido de la vista equivalente al que tenemos nosotros con nuestros ojos, transformándose en un “vidente”. Por supuesto, tal ser puede comunicar a sus semejantes ciegos todo lo que ahora él (y sólo él) puede percibir alrededor, incluyendo el tamaño, la forma y la distancia de los objetos a su alrededor, sin tocarlos, aunque él mismo reconoce que no puede explicar cómo obtuvo tal habilidad, qué es o cómo funciona.

No se necesita uno de estos (Detector STAR @ RHIC) Imagen: Brookhavenlab Tumblr.

Sus compañeros ciegos estarían en su derecho de dudar de tales afirmaciones, pues ellos no pueden experimentar tal sentido en lo absoluto ¡Ni siquiera pueden imaginarlo! Pero el nuevo “vidente” asegura que lo que percibe y experimenta en su mente es totalmente real y que no está mintiendo ni inventándolo. ¿Deberían sus compañeros limitarse a creerle “por fe”, dado que ellos no pueden comprobar ni sentir lo que el vidente ve? No es necesario, pues pueden aplicar el método científico.

Dado que el vidente puede indicar que es lo que su nueva percepción le informa, indicando qué tipo de cosas percibe, en qué casos y qué información le aporta esta nueva facultad, es perfectamente posible que sus compañeros ciegos puedan diseñar experimentos que pongan a prueba al vidente que permitan saber si, independiente de la causa u origen de la información que llega a la mente del vidente, tal percepción es real.

Como ellos son ciegos, la única forma de saber la posición y forma de algo a través de sus sentidos “naturales” es a través de tocarlo con sus extremidades (tacto), por eco-localización (emisión de sonido y/o percepción del eco), y por su olor. Por ello, pueden preparar un experimento donde controlen que los objetos de prueba no emitan olor, el vidente tenga sus oídos completamente tapados, haya ruido de fondo que evite el uso de eco-localización, revisen que el vidente esté a una distancia suficiente que evite que él toque subrepticiamente los objetos, e incluso preparen un dispositivo que coloque objetos en forma automática y aleatoria (de manera que nadie pueda coludirse con el “vidente” y le pueda indicar la respuesta correcta de antemano, etc.

Al controlar cualquier posibilidad de trampa, o de que la información pueda llegar al vidente (consciente o inconscientemente) por otros mecanismos que no sean la facultad especial que declara tener, se puede llevar a cabo el experimento de manera que si el vidente falla, permite saber que la facultad que declara tener de percibir ese fenómeno “sobrenatural” (para ellos), cuenta como evidencia negativa de la realidad del fenómeno.

Es importante también entender que el caso contrario , si un experimento de este tipo tiene éxito, aumenta la confianza de que el fenómeno es probablemente real, pero desde el punto de vista científico, no puede ser garantía de certeza absoluta; a más repeticiones exitosas del experimento, y a más cuidadosos los experimentos realizados, aumentan la evidencia a favor y con ello aumenta la certeza de que el fenómeno es, muy probablemente, real. ¡Pero la certeza absoluta no existe en ciencia! Siempre puede ocurrir que, en el futuro, aparezca una nueva observación o prueba que muestre que la razón que explicaba los resultados favorables anteriores era algo diferente a la hipótesis “existe un fenómeno sobrenatural inexplicado”; puede ser incluso algo sutil pero totalmente natural que pasó desapercibido a todos, tal vez incluso al propio vidente, que explique el resultado positivo sin necesidad de adjudicar el resultado afirmativo a algo sobrenatural (o algo novedoso más allá de lo ya conocido), haciendo que la más confiable de las certezas se demuestre falsa. El éxito anterior puede ser “falsado” por posteriores resultados experimentales.

Con todo esto en mente, los ciegos ponen a prueba al vidente y los resultados son sorprendentes: sin importar que se controlen (y se anulen) todos los posibles mecanismos alternativos, conocidos o imaginables que permitirían al vidente saber qué objetos y en qué orden están sin necesidad de tener un “verdadero poder”, el vidente logra acertar con 100% de precisión el orden, la forma y la identidad de los diferentes objetos que se le presentan.

Usando este método experimental, los “ciegos” no sólo determinan que el vidente logra una cantidad de aciertos que anula la posibilidad que haya acertado solamente por azar. Además, logran determinar que su capacidad cumple con el “principio de continuidad”: el vidente logra 100% de aciertos si está cerca (pero no en contacto) con los objetos. Pero en la medida que los objetos se colocan cada vez más lejanos, su capacidad empieza a perder precisión, hasta llegar a 0% de aciertos a una distancia considerable.

También logran determinar que el vidente declara ver ciertos objetos “brillantes”, y que cuando ellos arman la prueba de manera de bloquear la “visión” de tales objetos brillantes, la precisión del vidente comienza gradualmente a decaer, al punto de que él falla totalmente, no acierta en lo absoluto, en la ausencia de algún objeto “brillante”, por ejemplo cuando hacen la prueba en una habitación totalmente cerrada, demostrando que la percepción del vidente se ve totalmente anulada. Por lo tanto, determinan que la capacidad del vidente tiene alguna manera relacionado con la presencia (o ausencia) de algo externo al propio vidente, cuya habilidad parece depender de esos objetos “brillantes”.

Finalmente, descubren que cuando colocan objetos grandes que se interponen entre los objetos de prueba y el vidente, el vidente declara que no puede distinguir los objetos de prueba, por lo que determinan que hay algo que viaja únicamente en línea recta entre los objetos de prueba y el vidente, y ese algo puede ser bloqueado por otros objetos en el camino directo entre ambos.

En la medida que más y más experimentos se realizan, cada uno ideando nuevas formas de probar la capacidad del vidente, e ideando nuevas e ingeniosas maneras de aislar cualquier posible causa alternativa “natural” (al mundo de los ciegos) que explique los resultados sin la necesidad de una habilidad real del vidente, los ciegos llegan a la convicción que, dada la evidencia acumulada, no hay otra explicación sino que el vidente efectivamente logra ver cosas que ellos no, y si bien no pueden determinar exactamente cuál es la causa del fenómeno, por lo menos tienen un altísimo grado de certeza de que el fenómeno es totalmente real.

Dada la aparente realidad de algo externo al propio vidente, que es lo que le provee la información, con los años, diversos investigadores “ciegos” comienzan a probar diversos materiales que podrían reaccionar a ese algo misterioso que el vidente percibe, encontrando finalmente sustancias “fotosensibles”, que les permiten a los ciegos finalmente percibir en forma indirecta (a través de sensores artificiales creados por ellos) esa realidad que el vidente describía, y pueden repetir las mismas hazañas que el vidente lograba, pudiendo “ver” las cosas sin olerlas, tocarlas o sentirlas con sus cuatro sentidos. Deciden llamarle a esa cosa externa “luz”…

¿Suena todo lo anterior a una idea ridícula? Puede sonar así, pero ¿conoce a alguien que “vea” en rayos X o en cualquier frecuencia que no sea la luz visible convencional, por ejemplo en ultravioleta, infrarojo u ondas de radio? No se sabe de ningún humano que haya visto (internamente por sus propios sentidos y sólo “dentro de su mente”) tales radiaciones electromagnéticas que no pertenecen al “espectro visible”, pero si alguno lo hubiera podido realizar, hubiéramos podido comprobar su capacidad de la forma descrita, y tal vez hubiéramos descubierto la existencia de tales radiaciones electromagnéticas mucho antes en la historia humana, pues en la práctica, todos los demás somos “ciegos” a ellas. Y gracias al uso de instrumentos especializados en detectar y emitir tales frecuencias a las que somos ciegos, hemos por ejemplo podido desde cambiar los canales de nuestro televisor a distancia a observar estrellas y galaxias que estarían ocultas a nuestros sentidos.

Demiurgos favoritistas

Hasta este punto debiera ser claro que cualquier fenómeno sobrenatural debe interactuar con la realidad para ser relevante y, si tal fenómeno interactúa con la realidad, necesariamente está al alcance del estudio de la ciencia, incluso si su interacción no es física (sobre materia inanimada) sino que únicamente percibido por personas “especiales” que son sensibles a tal fenómeno sobrenatural, mientras que es invisible para cualquier otra persona “normal”.

Pero los promotores de lo sobrenatural podrían cuestionar que lo hasta ahora descrito alude únicamente a fenómenos sobrenaturales “inanimados” los cuales, de existir, operarían con algún conjunto de reglas similares a las reglas físicas y, por lo tanto, son repetibles. En cambio, muchos de los creyentes en lo sobrenatural afirman la existencia de entidades sobrenaturales conscientes: tales entidades no sólo podrían actuar sobre nuestra realidad sino que además tienen volición.

Profetas de Baal con sus días contados gracias a una prueba controlada. ¡Oh, ciencia!

Una entidad sobrenatural con volición no está forzada a interactuar con la realidad una y otra vez bajo reglas “fijas”, sino que ella podría interactuar y alterar la realidad sólo cuando le placiera, de acuerdo a su soberana voluntad. Y tal voluntad suele ser muy esquiva, ya que en general sus actuaciones serían muy escasas, por lo tanto, no habría forma de poder obligar a una entidad de este tipo a presentarse en un laboratorio científico, y menos obligarla a cooperar una y otra vez con los científicos para poder ofrecer evidencia de su existencia pues, por un motivo u otro, sus actuaciones jamás suelen ocurrir en condiciones controladas donde se la pretenda poner a prueba (o al menos hay historias que dicen que en ocasiones sí, como la relatada en 1 Reyes 18:20-40).

Luego, tales entidades sobrenaturales, sí existen tal como afirman los creyentes, jamás podrán ser puestas a prueba por la ciencia. ¡Jaque mate, científicos!

Entre las entidades supuestamente «imposibles» de demostrar por la ciencia tenemos todos tipos de dioses, fantasmas, demonios, hadas, duendes o similares. Ergo, tales creyentes o bien creen en ellos porque ellos sí los perciben, pero limitados a cuando tal entidad quiere (y no necesariamente cuando el creyente quiere), cosa que jamás ocurre en los laboratorios, o bien creen en ellas por fe, que implica creer en algo en ausencia de evidencia, o incluso en contra de la evidencia.

Pero hay algo que los creyentes de lo sobrenatural pasan por alto: aún si las manifestaciones o actuaciones de tales entidades sobrenaturales son escasas e imposible de observar bajo condiciones controladas, si tales entidades efectivamente interactúan con la realidad, la realidad debe ser en algún modo u otro diferente a un universo donde tales entidades no existen y/o no interactúan en lo absoluto, y por lo tanto, a partir de sus efectos, el fenómeno de su interacción con la realidad se puede estudiar estadísticamente.

Un caso paradigmático son los llamados “milagros”: algún demiurgo, dios y/o entidad sobrenatural es capaz de actuar a favor del creyente que le hace peticiones, plegarias u oraciones, pero lo hace selectivamente, sólo  a ciertos creyentes “apropiados”, quienes son sus favoritos (por tener la creencia correcta, la fe suficiente, pertenecer a cierta etnia o cualquier otro criterio). Cualquier otro creyente de otro tipo, sin importar cuán honesto es en su creencia, no es escuchado. Incluso, algunas religiones proponen que tales no-creyentes o creyentes en otro dios deben ser castigados por eso.

En este escenario, tal entidad sobrenatural puede  “decidir” cumplir (o no) la petición y, en caso afirmativo, actúa sobrenaturalmente a favor del creyente, cumpliendo su petición: curar una enfermedad, hacer que algún evento ocurra a favor del creyente, ayudarlo a encontrar estacionamiento, sus llaves, y un largo etcétera; de hecho, es cosa de escuchar a los creyentes de diferentes religiones enumerar caso tras caso anecdótico donde su deidad en particular actuó a favor suyo.

¿Cuál es el problema? Como magistralmente es explicado en el sitio “¿Por qué dios no cura a los amputados?”, en la actualidad todos los dioses que hacen milagros siguen forzosamente un curioso patrón: si algo es de una naturaleza tal que puede ocurrir de vez en cuando, por remota que sea tal posibilidad, tal tipo de evento le ocurrirá a algún creyente, quien declarará que eso ocurrió “milagrosamente” a su favor. Pero si el evento es virtualmente imposible, jamás ocurre, sin importar cuánto oren los creyentes pidiéndolo.

De hecho, siempre habrá algún creyente que sobrevivió “milagrosamente” a un accidente aéreo, que “milagrosamente” se recuperó de una enfermedad terminal o incurable, “milagrosamente” su casa sobrevivió a un voraz incendio o a un violento tornado, etc. Pero todo esos eventos, aunque poco probables, suelen suceder también a los no creyentes o creyentes de cualquier otra religión: todo el tiempo hay gente que se cura de enfermedades “incurables”, sobrevive a accidentes o le ocurren eventos favorables pero extremadamente poco probables, sin haber orado ni pedido nada a nadie (a veces incluso objetivamente sin merecerlo). Por lo tanto, el sólo hecho que algo poco probable ocurra a alguien, no es evidencia en sí mismo de nada sobrenatural.

Pero si hubiera entidades sobrenaturales operando a favor de los creyentes en esa entidad, ¡la cantidad de estos eventos poco probables debiera mostrar un claro sesgo positivo a favor de tal tipo de creyentes! Sin embargo, al estudiar la tasa de casos donde cualquier tipo de demiurgo o dios actúa milagrosamente a favor de sus creyentes, versus la tasa de ocurrencia para no-creyentes o creyentes en otros dioses, resulta que orar a los dioses no hace (estadísticamente) ninguna diferencia

Ahora, cuando hasta el grupo más grande de creyentes fervorosos en conjunto piden por un milagro que se considera “imposible”, como mover una montaña, hacer que una enfermedad congénita o genética (como el síndrome de Down, labio leporino,  hemofilia, malformaciones congénitas, etc.) se revierta y/o cure de la noche a la mañana, o piden que a un amputado le crezca un miembro nuevo que reemplace de la noche a la mañana al miembro perdido, nada ocurre. Jamás se observan ese tipo de “milagros”. No importa cuántos creyentes lo pidan, con cuánta fe lo hagan, ni por cuánto tiempo lo hagan, tales tipos de milagros jamás ocurren. Si algo es imposible (no ocurre naturalmente jamás), jamás ocurre milagrosamente tampoco. Los amputados jamás recuperan sus miembros gracias a la oración o la intervención sobrenatural de dios alguno.

Entonces, para que un escéptico esté dispuesto a creer en la existencia de entidades sobrenaturales como demiurgos y dioses varios, en base a sus supuestos milagros, no basta con que algún creyente presente algún caso, e incluso muchos casos, donde algo que puede ocurrir de vez en cuando, haya ocurrido después de orar a alguna deidad (y luego atribuir el éxito milagroso a la acción sobrenatural de tal deidad, algo que virtualmente es la falacia “Post Hoc Ergo Procter Hoc”); lo que un escéptico requiere es que se presente evidencia estadística significativa de que tales tipos de eventos ocurren en una tasa significativamente mayor para los creyentes en el dios “correcto” versus la misma tasa de ocurrencia para cualquier otra categoría de personas (en el caso de eventos poco probables), o mejor aún, que presenten casos documentados de eventos “imposibles “ ocurriendo con regularidad como resultado de la oración, tales como amputados que recuperan de un día a otro sus miembros perdidos en forma completa y absoluta después de que el tipo correcto de creyente pidió por ello a su dios en particular, y que no ocurran en ningún otro caso.

Si existiera evidencia incontestable de alguno de esos dos tipos, no habría más remedio que reconocer que algo definitivamente más allá de lo normal está ocurriendo, y si se investiga y se descartan todas las posibles razones naturales, dejaría espacio para asumir (tentativamente) que algo fidedignamente sobrenatural está ocurriendo (al menos hasta que no aparezca evidencia de que, al fin y al cabo, era debido a algo natural). Pero dada la nula cantidad de evidencia de los tipos mencionados anteriormente, los escépticos sólo podemos continuar así, escépticos.

Los límites de la ciencia

Entonces, mientras no haya evidencia real y comprobable de algún fenómeno genuinamente sobrenatural, como escépticos podemos decir que no estamos convencidos de que tales fenómenos sobrenaturales siquiera existan, pero siempre podría ocurrir que el día de mañana alguien presente tal evidencia.

¿Qué pasaría si alguien efectivamente pudiera presentar y generar evidencia en forma repetible de un fenómeno sobrenatural? Curiosamente, la ciencia de todas maneras tiene límites. Científicamente se podría confirmar que el fenómeno es real, pero sería difícil (o directamente imposible) demostrar cuál es la causa del fenómeno.

Que sea medible no significa que se pueda demostrar su causa. Imagen: Wikimedia.

Supongamos que alguien se presentara a la comunidad científica, diciendo que tiene el poder de la telekinesis: puede mover todo tipo de objetos sin tocarlos, sólo con su “mente”, a voluntad. Puede, por ejemplo, sentarse en un sillón, mirar al control remoto a varios metros de distancia en una repisa al lado del televisor, quererlo, y que éste suavemente comience a levitar hasta llegar a su mano. Ante tan útil poder, los científicos podrían desarrollar todo tipo de baterías de pruebas para, primero que nada, descartar un fraude o una explicación natural. Y fallan. Luego, colocando todo tipo de sensores y medidores, logran descubrir que no hay ninguna fuerza conocida operando sobre el objeto siendo movido. Todos las fuerzas naturales conocidas (gravitacional, electromagnética, débil y fuerte) son medidas y encontradas totalmente normales. Pero el objeto se mueve una y otra vez en forma cuasi-mágica, volando por los aires siguiendo la voluntad del “telekinesista”…

¿Qué podría concluirse científicamente ante una evidencia así? Pues, claramente, que hay un fenómeno nuevo, totalmente concreto y reproducible, que es totalmente inexplicable por todas y cada una de las leyes físicas naturales conocidas. Y una vez descartada toda explicación natural, no habría mucha duda de que éste es un fenómeno que, a falta de una explicación natural, podría atribuirse a algo “sobrenatural”. La pregunta pasaría a ser no sí el fenómeno es real sino que  ¿cuál es la causa de tal fenómeno sobrenatural?

Y es que cualquier explicación del por qué el “telekinesista” puede mover los objetos, dado el escenario presentado, es potencialmente una posible explicación: que lo mueve con su “mente”; que hay un dios que mueve los objetos leyendo la voluntad de él; que hay alguna raza extraterrestre realizando un experimento “humanológico”, viendo cómo responden el resto de los humanos a los poderes del telekinesista, pero son ellos quienes, con tecnología más allá de la conocida, mueven los objetos; que son seres interdimensionales los que los mueven… etc.

Científicamente, no hay cómo demostrar que todas o ninguna de tales explicaciones son la causa del éxito del telekinesista, a menos que se pueda idear algún experimento que pueda falsear alguna de tales explicaciones científicamente, por ejemplo, diseñando algún experimento que tenga éxito si alguna explicación es correcta, pero que pueda fallar si ese no es el caso; si no hay tal tipo de experimentos posibles de realizar para ir descartando cada alternativa hasta quedar con sólo una, no hay manera de saberlo.

Por ello, en ciencia, dado que su método se basa en la observación de los fenómenos naturales, sería posible con  un gran grado de certeza certificar que un fenómeno sobrenatural es real, es decir, que ocurre verificablemente y que no hay ninguna causa natural (conocida) que lo explique. Pero podría llegar sólo hasta ahí. Si se quiere demostrar cuál es la posible causa del fenómeno sobrenatural, si las potenciales “causas” propuestas no son falsables (no hay forma de diseñar o llevar a cabo un experimento que pueda, aunque sea en teoría, fallar si esa no es la causa), la ciencia no podría demostrar cuál es la causa.

Este es un principio básico del método científico que es general. Por ejemplo ¿hay algún fenómeno que al día de hoy haya sido observado para el cual no hay ninguna causa natural conocida? Efectivamente, sí hay: en astronomía hay observaciones reales de los movimientos de las galaxias que no son explicables con las teorías científicas actuales conocidas, y por ello se están postulando ideas como la “materia oscura” o la “energía oscura”, aun cuando no se sabe que son tales cosas explícitamente (incluso, si es que son reales, o hay otra explicación). También hay evidencia concreta para el hecho de que ocurrió una singularidad que produjo el Big Bang hace 13.8 mil millones de años, lo que dio origen a nuestro universo actual, pero la ciencia desconoce qué hubo “antes” del Big Bang (incluso suponiendo que se puede hablar de “antes”, ya que el espacio y el tiempo supuestamente se crearon en ese evento). Sin embargo, hasta ahora no hay razones para suponer que haya algo sobrenatural detrás de ninguna de esas preguntas científicas sin respuestas, y el mundo científico se encuentra buscando una respuesta totalmente científica a ellas sin necesitar, como dijo Laplace, recurrir a “esa” hipótesis.

Y más allá de esas preguntas científicas, ¿hay alguna observación concreta y documentada de un fenómeno que “viole” las leyes naturales y que se pueda siquiera especular que se deba a un fenómeno “sobrenatural”?  Hasta ahora, no, porque ningún promotor de los fenómenos sobrenaturales ha sido capaz de proveer tal evidencia.

Para poder afirmar que la ciencia está ante un fenómeno que viola las leyes naturales del universo y que se ha comprobado que ocurre, se requeriría de evidencia incontestable de que estamos ante un fenómeno real, pero eso no ha ocurrido aún para ningún caso «paranormal». Y las veces en el pasado ha ocurrido que la ciencia se enfrenta ante observaciones o fenómenos que parecen violar las leyes naturales conocidas, en la práctica ha significado la refutación y posterior rectificación de una «ley natural» anterior que en realidad estaba errada (es decir, nuestro modelo de tal ley era erróneo y/o incompleto), siendo reemplazada por una ley natural actualizada que explica tanto lo que anteriormente se conocía como el nuevo fenómeno que parecía ser una violación de las leyes naturales. Y en ese proceso, nada «sobrenatural» ha sido requerido como explicación. La conclusión de Laplace sigue siendo válida hoy.

Volviendo a la realidad. Lo sobrenatural desafiado

Dado que cualquier fenómeno sobrenatural que interactúe con la realidad (directa o indirectamente) puede someterse a pruebas que confirmen su ocurrencia, aun cuando no se pueda conocer o confirmar la causa de él al menos, teniendo evidencia suficiente, podríamos saber que estamos ante algo real.

Así, ante tantos fenómenos sobrenaturales como los fenómenos de la PES (Percepción Extra Sensorial), videntes que ven el futuro, que hablan con los muertos, que se comunican con entidades “extraterrestres”, ángeles o deidades, milagros sobrenaturales, personas que perciben dimensiones superiores o cualquier otro tipo de percepción que el normal de los mortales no percibimos, es un hecho que tales percepciones o fenómenos se pueden someter a prueba.

Y todas las pruebas documentadas que se han realizado han fallado, por más que a priori el sujeto de prueba asegurara que su capacidad era real, perfecta y “comprobada”.

El pulpo Paul casi lo logró. Lástima que se murió. Imagen: crispian-jabo blog.

Durante años, organizaciones como la “James Randi Educational Fundation” (JREF) o, recientemente, el “Consejo Europeo de Organizaciones Escépticas” (ECSO) han propuesto desafíos a las personas que declaran capacidades sobrenaturales de todo tipo: el  “Desafío del millón de dólares” de la JREF y el “Premio Sísifo” de 1 millón de Euros de la ECSO. Para ganar tales premios, basta que los potentados videntes o personas con capacidades especiales logren, después de acordar y consensuar un protocolo de pruebas que razonablemente demuestre su capacidad, superar la prueba y demostrar que su capacidad es real (sin importar si tal capacidad viene o no de la fuente que el potentado dice que proviene).

Y todos los que se han sometido a tales pruebas, fallan. Una y otra vez. Lo cual lleva a pensar que el éxito que siempre han declarado antes se debe a todo tipo de otras razones desde la casualidad, el autoengaño, directamente la trampa o cualquier otra razón, pero no la capacidad que dicen tener.

¿Significa eso que está demostrado que las capacidades o fenómenos paranormales no existen? No. Tal como explica el naturalismo metodológico, hasta ahora seguimos sin saberlo, y tal vez nunca lo sepamos. Pero se puede decir con seguridad que nunca se ha observado ninguna capacidad o fenómeno paranormal en un ambiente controlado y científico que nos lleve a pensar que siquiera existe evidencia de que tales fenómenos paranormales existan, al margen de que muchas personas crean en ellos y adjudiquen todo tipo de experiencias (reales o imaginarias) a ellos.

Sigue sin ser cobrado. Imagen: AmazingList.net.

Nuevamente, la carga de prueba recae sobre quienes afirman tener tales capacidades. Y como escépticos seguimos esperando que alguien logre mostrar y demostrar que algo sobrenatural tiene siquiera razones para asumir que estamos ante un fenómeno sobrenatural real, tal como en el ejemplo de “vidente en un mundo de ciegos”.

Como decía Carl Sagan, “afirmaciones extraordinarias requieren siempre de evidencia extraordinaria” y, ante la falta de tal evidencia, los escépticos simplemente podemos abrazar el veredicto escocés de “no demostrado” para todas aquellas afirmaciones extraordinarias (respecto de lo sobrenatural) y, por lo tanto, no “creer” que son ciertas sino hasta que sus promotores satisfagan la carga de prueba y presenten razones suficientes para suponer lo contrario.