El valor de la autoridad

por | 25 marzo, 2011

Daniel Durán

Cuando se recibe información de alguien a quien considera una autoridad eso suele ser suficiente para creer que es “cierto”. Pero, ¿Es sano siempre actuar así? La realidad es que no, pues es fácil caer en la falacia de autoridad, o argumento Ad Verecundiam. Por lo tanto, ¿Cuándo es posible confiar en lo que una autoridad nos dice?

Autoridades y hoaxes

Una amiga, a quien llamaré Nadia, me envió un correo con una presentación con consejos de nutricion, donde se hacían muchas afirmaciones, algunas de cardiólogos, algunos identificados, otros no. La presentación terminaba con el mensaje: “Envía esto a tus contactos…”.

A primera vista la presentación sonaba muy razonable. Pero una segunda mirada crítica me mostró que:

  • Sus afirmaciones no aludían a pruebas o argumentos claros y convincentes que las avalaran.
  • Se aludía a un supuesto médico de un supuesto centro de salud, pero sin dar claras referencias a el o los estudios que avalaran sus dichos.
  • Otras alusiones a supuestos médicos eran anónimas, lo cual no les da ningún peso a tales informaciones.
  • No había ninguna cita a estudios, a papers o a fuentes fidedignas donde comprobar o ahondar en la información entregada.


Con eso tal presentación ya se podía considerar extremadamente dudosa.

Busqué en Internet al respecto y encontré cientos de páginas y blogs que repetían textualmente la presentación, pero ninguna que se pudiera tomar como fuente, que ahondara en tales afirmaciones o que aportara pruebas independientes.

Pero al buscar por “hoaxes” relacionados a dicha información, encontré un foro donde claramente desarmaban los argumentos y mostraban que no podían ser ciertos.

Respondí a mi amiga Nadia explicándole lo anterior y enviándole los enlaces a las páginas que yo había encontrado como fundamento.

Pero Nadia me respondió que ella daba por cierta la presentación porque la recibió de una matrona, que a su vez la recibió de una nutricionista, que al parecer la recibió de un médico… ¿Cómo podía ser entonces que eso fuera falso?

Esto me llevó de lleno a plantear cuál es el valor de la autoridad.

El peso de una autoridad

Existen muchas autoridades: civiles y militares, religiosas, académicas, científicas, de la letras, etc. Ellos son expertos en su materia porque se han dedicado a investigar, probar, estudiar y conocer profundamente una materia en particular.

Cuando dicho experto es consultado o dice algo de la materia de su experticia, uno puede presumir que es cierto, en especial el experto tiene un historial de aciertos o donde sus afirmaciones han sido comprobadamente ciertas.

Pero, por el hecho que un experto hable o haya dicho algo, ¿Es cierto? Veamos dos afirmaciones:

  • Los objetos con masa se atraen entre sí por la ley de gravitación universal. Es cierto porque lo dijo Isaac Newton.
  • Hay una relación entre energía (E), la masa (m) y la velocidad de la luz (c) que es E = mc^2. Es cierto porque lo dijo Albert Einstein.

Las dos afirmaciones hasta hoy son consideradas ciertas pero con una salvedad: no son ciertas “porque” lo dijo un científico de renombre sino porque los argumentos, las pruebas y experimentos posteriores han demostrado que esas afirmaciones efectivamente son ciertas.

Entonces, podemos “confiar” en una cita de un experto porque él debe tener el respaldo de los datos, argumentos y evidencias para mostrar y probar que sus conclusiones son correctas, porque las ha publicado para que sus pares (otros expertos) las puedan comprobar y validar, y así incluso personas ajenas a su campo puedan ver, comprobar y entender porque sus conclusiones son ciertas.

Luego, al citar a un experto, en el fondo estamos asumiendo que hay detrás un cuerpo de conocimientos, evidencias y argumentos que avalan sus dichos, y que o son públicamente conocidos, o que están accesibles a quien quiera revisarlo.

Todo lo anterior tiene tres consecuencias muy importantes:

  1. Si un experto dice algo seriamente, debe estar respaldado por evidencias y estudios, y por lo tanto debe ser posible encontrar esos estudios para uno mismo revisarlos, o al menos alusiones explícitas a ellos; Sus afirmaciones no pueden estar en el aire.
  2. Si un experto dice algo seriamente, es el mejor para dar una explicación razonable de porque eso es cierto, porque él conoce la evidencia; si el experto no explica el fundamento de sus afirmaciones, ellas igual carecen de validez.
  3. Si un experto dice algo en un campo que no es de su experticia, se puede considerar sólo como una opinión, pero no es cierta a priori sólo porque él lo dijo. Esto es el caso de, por ejemplo, un científico dando opiniones religiosas. La excepción es que haga sus afirmaciones como se indica en el punto 1.

Por ello es que las citas mencionadas anteriormente, aunque son ciertas, son en sí mismas falaces. Caen en el argumento Ad Verecundiam, pues afirman que son ciertas “porque” lo dijo una autoridad, sin revisar o explicar los fundamentos y argumentos reales de porque son ciertas o falsas.

Y en la afirmación de Nadia, de que profesionales de la salud le habían hecho llegar esta presentación hay un segundo problema: ninguno de ellos es el autor real de esa presentación. Sin duda la reenviaron porque la consideraron “cierta”. Pero para ver su validez no hay que ver quien nos lo dice, sino ver la validez real de las pruebas aportadas, si las hay.

En el caso de la presentación:

  • Era anónima, por lo que es imposible revisar publicaciones u otros estudios de su autor o fuente original.
  • Los cardiólogos mencionados (suponiendo que las citas fueran correctas) estaban opinando respecto de un tema nutricional, o sea, afuera de su campo de experticia, y sin dar fundamentos válidos a sus afirmaciones.

Con ello, el último ápice de credibilidad que podía tener tal presentación fue desarmado.

Conclusión

Antes de tomar una nueva información por cierta, es importante saber o validar su veracidad.

Para conocer la veracidad de la información, en Internet uno puede buscar fácilmente usando algunas palabras claves que aparezcan en la información original. Esta búsqueda puede llevar a las posibles fuentes de la información que recibimos, y pueden considerarse fidedignas si provienen de una autoridad competente o una institución de confianza. Pero no sólo debe uno detenerse al identifacar la identidad (y autoridad) de la fuente, sino que siempre debemos revisar el detalle de lo dicho, y analizar si tiene el peso suficiente para creerlo como cierto o no.

Pero cuando una información se basa sólo en afirmaciones para las cuales no se da ningún argumento de porqué son ciertas, donde no se citan a fuentes donde se pueda revisar a fondo el “por qué” son ciertas, en ese caso es mejor desconfiar de tal información.

Y si como prueba tal información da como evidencia que algún profesor, científico o autoridad “dice” que es cierto, o afirma tal o cual cosa, pero sin aportar evidencias, fuentes o argumentos válidos, en rigor se están usando argumentos falaces, y en particular el argumento de autoridad o Ad Verecundiam, y lo sano es descartar tal información.

Daniel Durán
techpurri.dduranf.cl

Sobre el artículo
El Artículo publicado originalmente en Techpurri