Crecimiento económico y bienestar social: falsa sinonimia o falsa causalidad

por | 20 junio, 2017

imagen tomada de: https://www.jmbullion.com/5-oz-antique-jefferson-skull-hobo-nickel-silver-round/Ideas comúnmente aceptadas

Las autoridades de gobierno, en cualquier país e independientemente de su color político, suelen dar a conocer con cierto regocijo y algo de autocomplacencia las cifras que dan cuenta del crecimiento económico de sus respectivos países, especialmente si dicho crecimiento es considerado alto. Por regla general, mientras más altos sean los indicadores de crecimiento económico, mayor suele ser la satisfacción de las autoridades a la hora de darlos a conocer.

Las autoridades de gobierno en Chile, en diferentes períodos y de distintas tendencias políticas, no han sido una excepción. Cada vez que han existido cifras de crecimiento económico favorables, las han festejado y se han vanagloriado, haciendo de conocimiento público tanto los informes IMACEC de cada mes como las tasas de crecimiento trimestrales y anuales, elaboradas y publicadas periódicamente por el Banco Central.

Por ejemplo, a mediados del 2011, el ministro de Hacienda, Felipe Larraín, comunicaba ante los medios que, según los cálculos realizados por el Banco Central, Chile había crecido un 9,8% durante el primer trimestre de ese año en relación al mismo periodo del año 2010. El Ministro reconocía que tal tasa de crecimiento obedecía, en aquella ocasión, a circunstancias excepcionales, en particular a la contracción de la economía provocada por el terremoto durante el mismo periodo del año 2010. De todas formas, hacía hincapié en que semejante tasa de crecimiento trimestral no se daba desde hacía 16 años ─desde el cuarto trimestre de 1995. Incluso se aventuró a decir que «las metas del Gobierno se están cumpliendo y las cifras están hablando por sí solas, tanto en la creación de empleos como en crecimiento económico», queriendo señalar, de esa forma, que los indicadores de crecimiento económico eran una prueba de la buena gestión del Gobierno. Pese a que la tasa de crecimiento disminuyó en los trimestres restantes del 2011 ─alcanzando un 6,3% en el segundo, 3,7% en el tercero y 4,5% en el cuarto─, el Gobierno terminó viendo confirmadas sus proyecciones de crecimiento económico del orden del 6% anual.

Pero la autocomplacencia de las autoridades políticas no sólo se manifiesta cuando los indicadores muestran niveles de crecimiento altos, sino también cuando el panorama económico es considerado desfavorable. En los últimos años, la economía de Chile ha crecido a un ritmo considerablemente más bajo ─en total: un 1,9% el año 2014, un 2,3% el año 2015 y un 1,6% el año 2016─, pero de todas formas cualquier tasa de crecimiento positiva, por mínima que haya sido, ha sido interpretada y publicitada favorablemente por las autoridades políticas. Por ejemplo, el actual Ministro de Hacienda, Rodrigo Valdés, ha hecho permanentes esfuerzos por restarle dramatismo e interpretar positivamente los informes IMACEC de los últimos dos meses de este año ─según los cuales la economía del país habría crecido sólo un 0,2% en marzo y un 0,1% en abril─, señalando a menudo que la economía estaría ad portas de remontar hacia niveles de crecimiento más altos, pese a que desde muchos otros sectores se ha cuestionado la gestión económica del Gobierno.

¿Por qué se aceptan tales ideas?

Frente a tanta insistencia por destacar los supuestos beneficios de tener altos índices de crecimiento económico y por lamentar los pretendidos perjuicios de tener cifras de crecimiento tan bajas, parece pertinente preguntarse por las razones que han tenido (o han creído tener) las autoridades políticas de Chile y el mundo para ver el crecimiento económico ─y, mientras más alto, mejor─ como un objetivo tan deseable. En respuesta a esa pregunta, podríamos decir que dichas razones o motivos parecieran ser las siguientes:

  1. Porque se supone que altas tasas de crecimiento económico en algún país, medido mediante indicadores como el PIB, vendrían a demostrar que dicho país estaría aumentando su riqueza de manera significativa cada año. Es decir, se supone que altas cifras de crecimiento económico demostrarían que un país posee una excelente situación económica, pues se haría cada vez más rico (en términos monetarios) y se enriquecería además a un ritmo acelerado.
  2. Porque también se supone que al crecer económicamente, mediante un aumento del PIB, un país lograría generar un mayor bienestar social y mejorar la calidad de vida de sus habitantes. El razonamiento subyacente es el siguiente: un país que aumenta su PIB, aumenta también su ingreso per cápita y, mientras mayores sean los ingresos por cada habitante, mayor habrá de ser también el bienestar de los mismos. Estas suposiciones, al parecer, eran plenamente compartidas en su momento por el exministro de Hacienda, Felipe Larraín, quien en el 2011 sostuvo que «un punto adicional de crecimiento nos sirve para construir, por ejemplo, 260 kilómetros de carreteras, 15.000 viviendas sociales y del orden de 12 hospitales; es decir, el crecimiento económico genera empleo y mayor bienestar». Tras afirmaciones de este tipo ¿se esconde el ampliamente cuestionado supuesto del “chorreo económico”? Según éste, mientras mayor cantidad de riqueza exista, mayor será también la cantidad de recursos que lleguen a los estratos sociales más bajos, como si la distribución de los ingresos fuese un proceso que surge espontáneamente en períodos de bonanza económica.
  3. Porque se supone que, con tasas de crecimiento económico tan auspiciosas, los países se vuelven atractivos y confiables ante los ojos de los inversionistas, tanto nacionales como extranjeros y tanto públicos como privados, quienes se ven estimulados a invertir en ellos, en teoría generando más trabajo y contribuyendo a mejorar aún más las cifras económicas y el bienestar social de tales países.
  4. Porque una tasa de crecimiento alta ─tal y como la que desean alcanzar prácticamente todos los gobiernos─, al ser considerada por los economistas y en el mundo de los negocios como un indicador económico muy auspicioso para cualquier país, normalmente suele ser utilizada como una herramienta publicitaria para destacar la gestión política y económica de los gobernantes. Esto es especialmente notorio cuando las cifras de crecimiento económico de un gobierno son comparadas con las tasas de crecimiento de sus adversarios políticos en períodos anteriores, convirtiéndose así en un valioso instrumento político, que serviría para acrecentar el supuesto mérito de esos gobiernos ante los ojos del sector empresarial y de la manipulable opinión pública en general.

Sin embargo, es posible y necesario analizar críticamente algunas de estas afirmaciones y suposiciones que, en resumen, pretenden convencernos de: I) que un país con altas tasas de crecimiento, medidas en base al crecimiento del PIB, es un país que se hace cada vez más rico y que además lo hace a un ritmo acelerado y II) que este crecimiento económico produciría directa e inevitablemente un aumento del bienestar social y una consiguiente mejora en la calidad de vida de la población. En ese sentido, algunas de las principales objeciones que se pueden hacer a tales suposiciones e ideas, son las siguientes:

Produciendo riqueza: pero ¿qué tipo de riqueza?

Por una parte, el hecho de que un país aumente su PIB a un ritmo considerable (por ejemplo, a una tasa del 6% anual), no necesariamente quiere decir, ni viene a demostrar, que aquel país esté aumentando su riqueza en términos generales. Para comprender esto, se debe tener en cuenta que el PIB es un indicador económico que, pese a proporcionar información útil para comprender una realidad económica determinada, no toma en consideración otros aspectos que son bastante relevantes, en particular que:

a) Para calcular el PIB se incluye todo el valor monetario agregado producido dentro de un país durante un determinado periodo de tiempo, incluyendo el que generan empresas extranjeras al interior del mismo y que posteriormente será, en gran parte o en su totalidad, redirigido a sus respectivos países en forma de remesas. Es decir, una parte nada despreciable del PIB corresponde a riquezas monetarias pertenecientes a empresas extranjeras, que no serán aprovechadas por nuestro país ni en su beneficio, razón por la cual suele reconocerse que no es un muy buen indicador de la riqueza nacional. Por eso, también se suele utilizar como indicador el Producto Nacional Bruto (PNB), que da cuenta del valor agregado ─riqueza en términos monetarios─ producido por los factores de producción de propiedad estrictamente nacional.

b) El PIB no incluye en su cálculo la depreciación del capital fijo, por lo que no da cuenta del deterioro de los medios de producción (fábricas, maquinarias, infraestructura, etc.) causado por la actividad económica del período en consideración. Esto también viene a mostrar que el PIB no refleja adecuadamente la riqueza que produce un país: por ejemplo, un país puede haber producido mucha riqueza en términos monetarios, aumentando así considerablemente su PIB, pero al mismo tiempo puede haber dañado o deteriorado considerablemente las diferentes unidades productivas del país, haciendo que en el futuro la producción decaiga u obligando a hacer gastos de reparación y/o reposición que terminan disminuyendo la riqueza nacional. Debido a eso, también se calcula el Producto Interno Neto (PIN), en el que se considera la depreciación del capital fijo y se descuenta del PIB.

c) El PIB tampoco da cuenta del deterioro o agotamiento de los recursos naturales y del capital humano de un país. Por ejemplo, un país puede aumentar considerablemente su PIB explotando intensivamente los recursos naturales, mermando significativamente la salud (física y mental) de los habitantes, comprometiendo así negativamente su futuro económico. Pero un país que daña o agota sus recursos naturales de manera desmesurada y que afecta negativamente la salud de su población, se va quedando sin materias primas y sin fuerza de trabajo, pudiendo así afectar seriamente su futuro, incluso en su dimensión económica. En ese caso, se vuelve claramente cuestionable pensar que el aumento del PIB ─que sólo da cuenta de la riqueza en términos monetarios─ constituya un aumento de la riqueza nacional.

d) El PIB no tiene en cuenta las consecuencias negativas (o “externalidades negativas”, según una denominación eufemística de los economistas) provocadas por ciertas actividades productivas, tales como la contaminación medioambiental que, a su vez, también afectan la salud de la población, es decir, al capital humano. Entonces, dichas consecuencias o externalidades negativas también hacen cuestionable el pensar que un aumento de la riqueza en términos monetarios signifique realmente un aumento de la riqueza nacional.

Crecimiento económico: ¿necesariamente implica o genera bienestar?

Por otra parte, es cuestionable la idea de que el aumento del PIB signifique necesariamente un aumento del bienestar social y la calidad de vida de una nación, fundamentalmente por las dos razones que se enuncian y explican a continuación:

a) Ya hemos dicho que un país puede aumentar su PIB explotando intensivamente los recursos naturales ─incluyendo los no renovables─ y afectando negativamente la salud física y mental de sus habitantes. Es decir, que se puede aumentar el PIB dañando el medioambiente (por ejemplo generando altos índices de contaminación del aire, agotando los recursos minerales, hídricos, etc.) y la integridad de las personas (por ejemplo, provocando el aumento de las enfermedades laborales, del stress, de la depresión o disminuyendo considerablemente el tiempo que pasan con sus seres queridos), todo lo cual más bien disminuye el bienestar y la calidad de vida de la sociedad en cuestión. En síntesis: es posible aumentar la riqueza en términos monetarios (el dinero) en desmedro de la calidad de vida de las personas.

b) El PIB, pese a ser un indicador de utilidad, no da cuenta de la distribución del ingreso. Perfectamente puede suceder ─de hecho, en nuestro país sucede─ que aumente significativamente el PIB sin que aumente de manera significativa el bienestar social, debido en este caso a que no existe una distribución equitativa ni meritocrática del valor agregado producido por el país. Es decir, el que un país aumente su PIB no va a aumentar el bienestar de su población mientras no se redistribuya equitativamente los ingresos extra que ha generado.

Esto último se puede comprobar en base a la información proporcionada y publicada por los propios organismos gubernamentales. A partir de algunos resultados entregados por el MIDEPLAN ─obtenidos a partir de la encuesta CASEN correspondientes al año 2009─, se puede percibir claramente que, por una parte, la distribución del ingreso en Chile es bastante desigual y, por otra, que tal desigualdad tiende a incrementarse conforme pasa el tiempo. Cada uno de los indicadores usados por el MIDEPLAN para medir la distribución del ingreso han señalado de manera contundente que Chile es uno de los países más desiguales del mundo*:

Por ejemplo, el índice 20/20, que compara al quintil de menores ingresos con el quintil de mayores ingresos, señala que, al año 2009, el 20% de la población con mayores recursos percibía 15,7 veces el ingreso per cápita del 20% de la población con menores ingresos.

Por su parte, el índice 10/40, que compara al 10% de la población de mayores ingresos con el 40% de la población de menores ingresos, muestra que el 10% de mayores ingresos percibe 3,4 veces el ingreso per cápita que percibe conjuntamente el 40% de menores ingresos.

A su vez, el índice 10/10, que compara al 10% de la población de mayores ingresos con el 10% de la población de menores ingresos, pone de manifiesto que el 10% de mayores ingresos percibe 46 veces el ingreso per cápita que percibe el 10% de menores ingresos.

fuente: http://observatorio.ministeriodesarrollosocial.gob.cl/layout/doc/casen/distribucion_ingreso_casen_2009.pdf

Finalmente, el indicador internacional conocido como Coeficiente de Gini, que mide el nivel de igualdad o desigualdad en la distribución del ingreso al interior de una sociedad usando una escala de 0 a 1 ─donde 0 corresponde a la máxima igualdad y 1 a la máxima desigualdad─, señala que Chile posee un elevado nivel de desigualdad, pues su índice de Gini es igual a 0,55 ─uno de los más altos del mundo. Según un ranking internacional elaborado y publicado por la ONG IndexMundi, que realiza análisis y proporciona estadísticas sobre diversas cuestiones sociales, en base al Coeficiente de Gini, Chile estaría dentro de los 19 países más desiguales del mundo ─de un total de 144 países considerados (con datos de 2011 para Chile). De manera similar, en otro ranking internacional de desigualdad, elaborado esta vez por la CIA en base al Coeficiente de Gini, en el que se incluye a un total de 149 países, Chile aparece como uno de los 15 países más desiguales a nivel mundial (con datos de 2013 para Chile).   

Sacando ideas en limpio

Como se puede observar, hay varias y significativas las razones que permiten entender que el hecho de que un país aumente de manera considerable su PIB y crezca a un ritmo acelerado, no necesariamente ha de ser una meta deseable ni un motivo para enorgullecerse.

Ya hemos puesto en evidencia que el PIB es un indicador útil, pero sumamente limitado, puesto que sólo da cuenta de la riqueza monetaria y no tiene en cuenta aspectos tan importantes como el desgaste de las unidades de producción, las utilidades pertenecientes a empresas extranjeras, el deterioro del medioambiente o el deterioro del capital humano. De igual forma, hicimos ver que el sólo aumento del PIB o riqueza monetaria no significa necesariamente un aumento del bienestar o calidad de vida de la población, ya que si esa riqueza no se distribuye de manera más equitativa o si para obtenerla hemos dañado a las personas y el medioambiente, no podemos en lo absoluto hablar de una mejora en el bienestar o calidad de vida. Incluso, si consideramos lo anterior,  podría llegar a ocurrir que el bienestar y la calidad de vida disminuyan a pesar de que los indicadores económicos en cuestión presenten valores elevados. De hecho, estudios relativamente recientes, realizados por diversos investigadores y en distintos organismos internacionales, parecen haber encontrado de manera consistente una relación inversa entre crecimiento económico y satisfacción/calidad de vida, lo que ha sido bautizado como “la paradoja del crecimiento infeliz”.

Esto, además, muestra que los gobiernos que se fijan como meta principal el alcanzar altos niveles de crecimiento económico, tienen un sesgo economicista y reduccionista, pues al parecer consideran que el crecimiento económico es suficiente para hablar de desarrollo, bienestar y calidad de vida, obviando ─inocente o convenientemente─ que una sociedad también posee una dimensión cultural, una dimensión política e incluso una dimensión biológica, relacionada con la salud humana y su entorno medioambiental. Establecer el crecimiento económico como principal objetivo político, bien puede ser ─y, fundadamente, se puede juzgar que ha sido─ pernicioso para una sociedad así gobernada; por extensión, en la medida que tal sesgo economicista y reduccionista prevalezca internacionalmente, cabe entonces preocuparse por la sostenibilidad económica en lo humano y ambiental a escala planetaria.

Es necesario insistir y poner en evidencia que crecimiento económico no equivale a bienestar social, ni lo produce por sí solo, puesto que el crecimiento económico, en el mejor de los casos, sólo podría ser considerado como una de las múltiples condiciones necesarias para que se produzca el deseado desarrollo social y el consiguiente bienestar que le debiese estar aparejado. Dicho de otra forma, el bienestar social es una cuestión de carácter integral que involucraría todas las dimensiones propias de una sociedad (biológica, económica, política, cultural y medioambiental) y no se reduce al mero crecimiento económico. Esto ha estimulado a diversos especialistas y organismos internacionales a intentar desarrollar otros indicadores que no sólo contemplen el crecimiento económico y que efectivamente sean multidimensionales, tales como el Índice de Desarrollo Humano (IDH), surgido en el marco del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD), o el Gross National Happiness (GNH), o la Felicidad Nacional Bruta (en su traducción al castellano), surgida y utilizada en Bután; los cuales, sin ser perfectos, entregan matices de análisis ausentes en el PIB. No obstante, salvo contadas excepciones, como la experiencia de Bután, en la gran mayoría de los países, los respectivos gobiernos y sus asesores, a la hora de tomar importantes decisiones políticas, suelen darle una importancia casi exclusiva al crecimiento económico medido en función del PIB, pasando por alto las otras dimensiones que son imprescindibles para alcanzar bienestar social y calidad de vida.

Incluso, aún es posible formular otra crítica a esta idea o costumbre de  entronizar el crecimiento económico. De acuerdo al paradigma predominante en Economía, normalmente de manera implícita se suelen concebir los sistemas económicos nacionales o internacionales como aislados del medio físico y se espera que las economías locales y globales puedan crecer indefinidamente, produciendo cada vez más para generar más riqueza. No obstante, todo ello ha impedido que se reconozca debidamente el hecho de que es materialmente imposible sostener un crecimiento económico indefinido en un planeta finito. Más aún, cuando se abre la puerta a consideraciones tales como la finitud de ciertos recursos (minerales, energéticos, hídricos, etc.), el impacto medioambiental de la actividad económica global y su consecuente repercusión en todas las formas de vida existentes en el planeta, incluyendo la humana, es inevitable llegar a replantearse seriamente y sin prejuicios ni dogmas la pregunta de si el crecimiento económico sostenido es realmente o no un objetivo deseable y moralmente aceptable. Igualmente interesante y necesario resulta preguntarse si es o no posible aumentar el bienestar social sin que haya crecimiento económico (es decir, produciendo lo mismo que producimos actualmente, o menos), o hasta cuándo será posible producir cada año más que los años anteriores. En los tiempos que corren, donde campean los negacionismos de diverso tipo, preguntas como ésta se vuelven cada día más necesarias.

Nota:

* Al momento de escribir y publicar una versión muy anterior de este artículo (a mediados del 2014) ya estaban disponibles los resultados de la última encuesta CASEN correspondiente al año 2012 que, en líneas generales, señalan que la pobreza ha disminuido y que la brecha socioeconómica también lo ha hecho. En este texto no tenemos en consideración esos resultados, por cuanto han sido cuestionados debido a que existen razones de peso para creer que fueron manipulados con fines políticos (para elevar la alicaída popularidad del gobierno de turno), razón por la cual incluso la CEPAL ─único organismo internacional e independiente del Gobierno que garantizaba la fiabilidad metodológica de los datos y conclusiones─ optó por quitarle su respaldo a los mismos.

REFERENCIAS

PARA SABER MÁS

  • Bellolio, Cristóbal (2017): “La religión del Crecimiento” [archivo]. En página web de Revista Capital (Capital Online), Sección Opinión. (Última visita: 17 de junio de 2017).