Ausencia de evidencia: ¿Se puede demostrar un negativo?

por | 23 enero, 2014
¿Puede demostrar que NO hay una tetera de loza orbitando al sol en… ehh, ni tampoco una vaca de peluche? (Imagen: gatewaygazette.ca)

En foros y debates, tal como en los foros de la AECH, es usual que ambos lados de la discusión exijan evidencias de las afirmaciones de la contraparte. Eso en sí es sano y es algo que como racionalistas y escépticos valoramos mucho; de hecho, las dos primeras preguntas de un escéptico ante una afirmación desconocida suelen ser del estilo “¿cómo lo sabes?” o “¿qué evidencia tienes de que eso es así?”.

Más fuerte aún es la petición de alguna de las partes en discusión a la contraparte para que “demuestre” la veracidad de sus afirmaciones. Eso también es sano solicitarlo, y si la contraparte pudiera construir un argumento sólido (válido y con premisas demostradamente verdaderas), teóricamente la discusión está zanjada a su favor.

Pero hay veces en que alguna de las partes pide que se demuestre que algo NO ES así, “demuestra que no X”, “demuestra que Y no existe”. Eso es pedir la demostración de una afirmación negativa. Y suele ocurrir que la contra-respuesta a tal petición suele ser “no hay evidencia (científica o de cualquier otro tipo) de X”, explicación que suele desestimada por los promotores de X, quienes de una forma  u otra recurren a la máxima de Carl Sagan para justificar su rechazo:

“La ausencia de prueba no es prueba de ausencia”.

¿A qué se refería Carl Sagan? ¿Es posible demostrar un negativo? ¿Es posible demostrar la inexistencia de algo?

En este artículo exploraremos esas preguntas, entregando herramientas que puedan dar solución a ese tipo de problemas y discusiones, de forma opcional.

Argumento de ignorancia y carga de prueba.

La frase que introdujimos de Carl Sagan es una cita de su libro “El mundo y sus demonios: la ciencia como una luz en la oscuridad” (Editorial Planeta, 2000; en adelante, EMYSD). En el capítulo 12, “El sutil arte de detectar camelos” (camelos quiere decir bulos, “hoax”, engaños), Sagan analiza las falacias lógicas más comunes, como una herramienta para descubrir engaños (camelos). Énfasis añadidos:

“[…] un buen equipo de detección de camelos también debe enseñamos qué no hacer. Nos ayuda a reconocer las falacias más comunes y peligrosas de la lógica y la retórica. Se pueden encontrar muchos buenos ejemplos en religión y política, porque sus practicantes a menudo se ven obligados a justificar dos proposiciones contradictorias. Entre esas falacias se encuentran: [… la] llamada a la ignorancia; la declaración de que todo lo que no ha sido demostrado debe ser cierto, y viceversa (es decir: No hay una prueba irresistible de que los ovnis no estén visitando la Tierra; por tanto, los ovnis existen… y hay vida inteligente en todas partes en el universo. O: Puede haber setenta mil millones de otros mundos pero, como no se conoce ninguno que tenga el avance moral de la Tierra, seguimos siendo centrales en el universo.); Esta impaciencia con la ambigüedad puede criticarse con la frase: la ausencia de prueba no es prueba de ausencia;

Carl Sagan explica que no tener evidencias a favor (o en contra) de una proposición no cuenta como evidencia que demuestre o apoye a la posición contraria, pues asumir tal cosa es falaz, conocido como el argumento de “apelación a la ignorancia” o Ad Ignorantiam.

Sagan vuelve al mismo tema unas páginas después (énfasis añadidos):

“Hay algunas declaraciones difíciles de comprobar: por ejemplo, que una expedición no consiga encontrar el fantasma del brontosaurio no quiere decir que no exista. La ausencia de prueba no es prueba de ausencia. Otras son más fáciles: por ejemplo, el aprendizaje caníbal de los platelmintos o el anuncio de que colonias de bacterias sometidas a un antibiótico en un plato de agar prosperan cuando se reza (en comparación con la bacteria de control no redimida por la oración). Se pueden excluir algunas —por ejemplo, las máquinas de movimiento perpetuo— en base a la física fundamental. Aparte de ellas, no sabemos antes de examinar la prueba que las ideas son falsas; cosas más extrañas se incorporan habitualmente en el corpus de la ciencia. 

La cuestión, como siempre, es: ¿es buena la prueba? El peso de la demostración cae sobre los hombros de los que avanzan tales declaraciones. Es revelador que algunos proponentes sostengan que el escepticismo es un estorbo, que la verdadera ciencia es investigación sin escepticismo. Quizá están a mitad de camino. Pero el medio del camino no es la meta.”

De esta segunda cita de Sagan, vemos que la frase “la ausencia de pruebas no es prueba de ausencia” detiene que podamos concluir algo con certeza ante la “falta de pruebas”, pero tal problema nos lleva a que, para tener un juicio definitivo, se necesita contar con evidencia positiva y real a favor de tal postura para poder llegar a alguna conclusión, y en esos casos problemáticos la carga de prueba (onus probandi), está en manos de quienes realizan la afirmación en cuestión.

La admonición de Carl Sagan aplica correctamente cuando la falta de evidencia positiva para apoyar cierta postura, deja espacio a la posibilidad de que la evidencia positiva exista y pueda ser encontrada a futuro, como es el caso con muchas “disciplinas” que investigan lo “desconocido”, como ocurre con la criptozoología.

¿Se puede demostrar que las sirenas no existen?

La criptozoología se dedica al estudio de la existencia de seres míticos, cuya existencia nunca ha sido demostrada pero que popular y culturalmente se “cree” que existen (si es un ser demostradamente existente, malamente se le puede llamar mítico). Esto abre el espacio al estudio de todos los seres mitológicos de todas las culturas: unicornios, hombres de las nieves (yeti, sasquash), hipogrifos, pegasos, chupa-cabras, el monstruo del lago Ness, y un largo etc.

Muchos “estudiosos” de ese campo afirman estar seguros de que tal o cual entidad de esa (larga) lista existe, e incluso dedican sus vidas a demostrarlo. Pero por más que lo han intentado, nunca ninguno de ellos ha logrado presentar evidencia incontestable de la existencia de ninguno de ellos. O bien, cuando científicos y/o escépticos han realizado investigaciones independientes en la búsqueda de tales seres, han terminado sin resultado positivo. ¿Es entonces posible concluir definitivamente que ninguno de tales seres realmente existe?

La respuesta es un rotundo y lamentable NO.

Supongamos que, hipotéticamente, nos decidimos a investigar la existencia de las sirenas (seres marinos con cuerpos de mujer desde la cadera hasta la cabeza, y cuerpo de pez desde la cadera hasta la punta de sus aletas); que de alguna forma logramos que un mecenas nos aporte dinero ilimitado para financiar la investigación. Terminamos usando una flota de barcos recorriendo todos los océanos, usando multitud de sensores, cámaras, submarinos y dispositivos de última tecnología, todo para encontrar rastros concretos de la actividad de las sirenas; contratamos a decenas de investigadores dedicados a diseñar los experimentos, y dedicando miles de horas-hombre tanto en terreno y en el análisis de los datos obtenidos, todo esto durante decenas de años. Después de todo el esfuerzo de recorrer los océanos del planeta, tomar todo tipo de muestras y analizar toneladas de datos, supongamos que no se consigue ni una prueba tangible e innegable de que las sirenas existan. ¿Podemos concluir que las sirenas no existen?

No, la ausencia de evidencia que resulta de esa gigantesca exploración sólo cuenta como “ausencia de pruebas”.

Por más que se haya usado lo mejor de la tecnología, o las más cuidadosas técnicas investigativas, la ausencia de evidencia no es concluyente como prueba en contra de la existencia de las sirenas, porque la falla  en encontrar tal evidencia podría perfectamente deberse a múltiples razones tales como:

  • Siempre se buscó en el lugar equivocado (la investigación no fue exhaustiva).
  • Las sirenas pueden darse cuenta de que estaban siendo buscadas y pueden hacerse indetectables (no era posible detectarlas).
  • Las sirenas pueden contar con mecanismos o técnicas más avanzadas que las nuestras que permiten burlar los sensores que se usaron (no era posible detectarlas con nuestra mejor tecnología).
  • La investigación sí encontró sirenas, pero hay una oscura organización “amigos de las sirenas” que pagó y silenció a los investigadores para que reportaran un resultado negativo (teoría conspirativa).
  • Los investigadores y/o la investigación no fue prolijamente realizada o contó con fallos metodológicos (la investigación es inválida).
  • Etc.

Dado que  cualquiera de esas razones en principio podría ser posible y puede explicar el resultado fallido, compiten contra la hipótesis “las sirenas no existen”, y no pueden ser descartadas de plano. Por ello, la “ausencia de pruebas” de la existencia de las sirenas de esa o cualquier investigación similar no podrá nunca demostrar en forma absoluta y definitiva que tales seres no existen. Se podría multiplicar el presupuesto, el personal, el tiempo, los recursos, la tecnología, y aun así, si el resultado es negativo, llegamos al mismo punto.

El detalle es que en este caso la ausencia de pruebas solo permite considerar inductivamente que es muy poco probable que alguno de esos seres exista. A más extensa, cuidadosa y prolija la investigación, menos probable es que tal ser realmente exista, pero no es posible demostrar que el ser en cuestión realmente no exista en lo absoluto (o tenga probabilidad cero de existencia), porque siempre “podría” ser el caso de que el ser exista y simplemente no ha sido encontrado aún; nuestra incapacidad de lograr dar con la evidencia a favor de su existencia no es equivalente a la certeza de que la opción contraria, que no existe, sea la conclusión definitiva.

Por ello, cuando hay claros motivos para darse cuenta de que lograr demostrar una postura negativa va a caer en la categoría de “ausencia de evidencia”, carece de sentido destinar ingentes recursos y esfuerzos en demostrar tal negativo. Y es por ello que es por lejos más eficiente y racionalmente lógico asumir que quienes postulan la afirmación positiva, si su postura es racional, deben tener razones de peso para sostener en principio tal postura, y por ello son ellos quienes deberían proporcionar las pruebas positivas que respaldan su postura, tal como lo propone Sagan.

Cuando la falla es certeza

Hay que distinguir que en lógica no es lo mismo “ausencia de prueba” con “prueba negativa”.

Cuando hay una situación que, de ser verdadera, debiera necesariamente producir cierta(s) prueba(s), si al examinar cuidadosamente en busca de tal(es) prueba(s), resulta que no es posible encontrarla(s), entonces esa situación no es “ausencia de prueba”, sino que es directamente una “prueba negativa” y por lo tanto permite demostrar que la afirmación original es falsa.

Este modo de argumento deductivo se denomina Modus Tollendo Tollens o MTT (modo que negando niega), y toma la forma básica de:

Si A entonces B,
No B,
Por lo tanto, No A.

Como ejemplo de este razonamiento, podemos hacer la siguiente inferencia lógica deductiva:

(1) Si llueve (A), entonces el suelo a la intemperie está mojado (B).
(2) El suelo a la intemperie está seco (o no está mojado, No B).
(3) Por lo tanto no está lloviendo (No A)”.

La clave para que tal tipo de argumentación sea válido es que la primera premisa “Si A entonces B” debe ser siempre verdadera. Es decir, debe ser claro y demostrable que es imposible que se dé el caso que ocurra A y no-B simultáneamente, pues de ser siquiera posible, eso haría que el argumento no pueda ser válido, y su conclusión no sea racionalmente convincente. Por ejemplo, podemos considerar que es imposible que llueva en un lugar, y que el suelo de ese lugar (que no esté protegido por un techo) no se moje. Eso hace que sea imposible (y falsa) la afirmación “llueve y el piso está seco”. Luego hay que llevar a cabo la experimentación que muestre que nuestra segunda premisa es verdadera, y podemos asumir la verdad de la conclusión (3).

Así, es posible construir buenos argumentos para ciertos tipos de afirmaciones negativas. Por ejemplo, ¿se puede demostrar que alguien NO es extraterrestre?

Veamos: si alguien es extraterrestre, aunque parezca superficialmente humanos, biológicamente debe ser diferente en alguna medida. Y en especial, los genes de sus células debieran ser totalmente diferentes del genoma humano (y eso suponiendo que tal ser tenga ADN y no otro mecanismo diferente de herencia genética). Luego es posible construir el siguiente argumento MTT:

(1) Si la persona investigada es extraterrestre (A) entonces su genoma debe ser diferente del humano (B).
(2) La persona investigada tiene un genoma que no es diferente del genoma humano (no B).
(3) Por lo tanto, la persona investigada no es extraterrestre (no A).

Por lo tanto, hay afirmaciones negativas que pueden ser demostradas si es posible construir un argumento MTT que sea sólido (válido y con premisas demostradamente verdaderas).

Universales de inexistencia

Hemos visto que la admonición de Carl Sagan “La ausencia de prueba no es prueba de ausencia” es una máxima racional que nos previene de caer en la falacia del argumento de ignorancia (Ad Ignorantiam), y que en los casos donde claramente encontrar pruebas a favor de una proposición es particularmente difícil, la carga de prueba (onus probandi) debe recaer sobre quienes realizan la afirmación positiva; pedir lo contrario es caer en la falacia de la inversión de la carga de prueba.

También vimos que sí es posible demostrar ciertos tipos de afirmaciones “negativas”, si es que es posible construir un argumento deductivo en Modus Tollendo Tollens.

Entonces, si bien no todas las afirmaciones negativas son indemostrables, hay un tipo de afirmación negativa particularmente específico que sí cae en tal categoría: las afirmaciones universales de inexistencia.

Como vimos, demostrar la existencia de algo puede ser truculento, pues si no logramos conseguir evidencia de la existencia de ese algo, eso solo cuenta como “ausencia de prueba”, y la afirmación de Sagan aplica. Pero si se pide demostrar la inexistencia de algo, el cuadro cambia.

Porque… ¿qué pruebas se pueden encontrar, o qué pruebas puede dejar, algo que NO existe?

La única oportunidad de poder demostrar la inexistencia de algo es si la propia definición de ese algo es contradictoria. Así, por ejemplo, se ha podido demostrar que no existe un cuadrado que pueda tener la misma área de un círculo no es posible construir un cuadrado sólo usando regla y compás que tenga un área igual a la de un círculo (el problema de la “cuadratura del círculo”) [– Update: H/t al lector/comentarista Luis Gray por la corrección – más info de cómo sí construir uno –], y uno también puede asumir que en ninguna parte del universo puede existir un dado de 6 caras (numeradas del 1 al 6) que permita obtener un “siete” lanzándolo (pues de lograrlo, eso contradice que tenga 6 caras o bien que realmente esté numerado del 1 al 6).

Pero para cualquier afirmación respecto de una entidad que no sea contradictoria, demostrar su inexistencia se torna imposible, pues es imposible distinguir entre una entidad que no existe de otra que sí existe pero que no es posible de percibir bajo ninguna prueba posible.

Nuevamente, Carl Sagan graficó magistralmente este problema en el capítulo 10 de EMYSD, titulado “Un Dragón en el Garaje”:

«En mi garaje vive un dragón que escupe fuego por la boca.» Supongamos (sigo el método de terapia de grupo del psicólogo Richard Franklin) que yo le hago a usted una aseveración como ésa. A lo mejor le gustaría comprobarlo, verlo usted mismo. A lo largo de los siglos ha habido innumerables historias de dragones, pero ninguna prueba real. ¡Qué oportunidad! 
—Enséñemelo —me dice usted. 

Yo le llevo a mi garaje. Usted mira y ve una escalera, latas de pintura vacías y un triciclo viejo, pero el dragón no está. 
—¿Dónde está el dragón? —me pregunta. 
—Oh, está aquí —contesto yo moviendo la mano vagamente—. Me olvidé de decir que es un dragón invisible. 
Me propone que cubra de harina el suelo del garaje para que queden marcadas las huellas del dragón. 
—Buena idea —replico—, pero este dragón flota en el aire. Entonces propone usar un sensor infrarrojo para detectar el fuego invisible. 
—Buena idea, pero el fuego invisible tampoco da calor. Se puede pintar con spray el dragón para hacerlo visible. 
—Buena idea, sólo que es un dragón incorpóreo y la pintura no se le pegaría. 

Y así sucesivamente. Yo contrarresto cualquier prueba física que usted me propone con una explicación especial de por qué no funcionará. 

Ahora bien, ¿cuál es la diferencia entre un dragón invisible, incorpóreo y flotante que escupe un fuego que no quema y un dragón inexistente? Si no hay manera de refutar mi opinión, si no hay ningún experimento concebible válido contra ella, ¿qué significa decir que mi dragón existe? Su incapacidad de invalidar mi hipótesis no equivale en absoluto a demostrar que es cierta. Las afirmaciones que no pueden probarse, las aseveraciones inmunes a la refutación son verdaderamente inútiles, por mucho valor que puedan tener para inspiramos o excitar nuestro sentido de maravilla. Lo que yo le he pedido que haga es acabar aceptando, en ausencia de pruebas, lo que yo digo.

Lo único que ha aprendido usted de mi insistencia en que hay un dragón en mi garaje es que estoy mal de la cabeza. Se preguntará, si no puede aplicarse ninguna prueba física, qué fue lo que me convenció. La posibilidad de que fuera un sueño o alucinación entraría ciertamente en su pensamiento. Pero entonces ¿por qué hablo tan en serio? A lo mejor necesito ayuda. Como mínimo, puede ser que haya infravalorado la falibilidad humana.

Así que, “ausencia de prueba no es prueba de ausencia”, pero el que muchas veces la ciencia, la razón y la realidad sean incapaces de “demostrar” la inexistencia de cualquier tipo de entidad metafísica, sobrenatural o mitológica, eso no significa que podemos livianamente asumir que tal tipo de seres existan sólo porque alguien así lo afirma, aún si está honestamente convencido de ello; si alguien quiere proponer la existencia de algo, recae bajo su responsabilidad el proporcionar las pruebas positivas de la existencia de tal entidad, asumiendo la carga de prueba (onus probandi), pues quien postula la existencia de lo que sea sin tener pruebas que lo apoyen coquetea con la irracionalidad, y no debería esperar que el resto de las personas vayan a creer sólo porque sí.

Como cierre, podemos citar por última vez a Carl Sagan, quien concluye a finales del capítulo 10 de EMYSD:

Mantener la mente abierta es una virtud… pero, como dijo una vez el ingeniero espacial James Oberg, no tan abierta como para permitir que a uno se le caiga el cerebro. Desde luego, debemos estar dispuestos a cambiar de idea cuando nuevas pruebas lo exijan. Pero la prueba tiene que ser convincente. No todas las declaraciones tienen el mismo mérito.

Por lo tanto, ¿quiere Ud. convencer a científicos y escépticos de que el ser o entidad de su preferencia no es imaginario sino que sí existe y es totalmente real? Bien, los escépticos estamos dispuestos a ver sus mejores pruebas que muestren evidencia de que tal ser existe, y a cambiar de opinión y darle la razón si la evidencia presentada así lo amerita. Pero no espere que le creamos sólo porque Ud. y mucha gente como Ud. decidió creer en tal ser o entidad sin evidencia suficiente y convincente, sin importar los títulos, cargos, o estudios académicos que Ud. o los verdaderos creyentes ostenten, ni tampoco por cuánto tiempo lo hayan creído.

Referencias: