La catedral del aborto

por | 16 agosto, 2013
«No soy el predicador de la democracia, soy el predicador del Evangelio»
Juan Pablo II, 1987, en entrevista previa a su visita a Chile durante el gobierno de Augusto Pinochet.

El jueves 25 de julio de 2013 recién pasado, tuvo lugar en el centro de nuestra capital una marcha en favor de la legalización del aborto, «Yo Aborto», dado que, en nuestro católico país, está prohibido en todas sus formas. Esto le podrá parecer extraño a nuestro lector internacional, por lo que me permito insistir: está prohibido en todas sus formas. Todas, incluyendo el embarazo por violación, el desarrollo de un feto inviable fuera del cuerpo de la madre, malformaciones congénitas o riesgo vital para la madre; lo que nos agrupa con ese selecto puñado de países que incluye a teocracias islámicas. Terminada la marcha por la avenida principal de la ciudad, de unos cuantos miles de manifestantes, aproximadamente un centenar se desprendió de ella y se dirigió hacia la Catedral (católica) Metropolitana, ubicada a varias cuadras, en la Plaza de Armas, ingresando a ella para realizar una manifestación en su interior, coincidiendo con una liturgia en curso. Ya adentro, siendo un lugar abierto al acceso público, una facción exaltada arremetió contra la infraestructura de la misma, quemando una banca en su interior, causando diversos destrozos y rayando graffitis en algunas obras de arte, con consignas referentes a la causa.
En una carta rechazando los hechos, el arzobispo de Santiago y Presidente de la Conferencia Episcopal, Sr. Ricardo Ezzati, calificó los hechos como un «acto de intolerancia de fanáticos y su violenta irracionalidad», ya que «ha sido una grave ofensa a Dios y a toda la comunidad de los creyentes en Cristo», enfatizando que «interrumpir la celebración de la Santa Misa y profanar un lugar sagrado son hechos que revisten una especial gravedad por la intolerancia que suponen y por el agravio a la Libertad Religiosa y de Culto», al ver su liturgia «violentamente perturbada por un grupo de anárquicos que irrumpieron en el templo gritando consignas contra la vida y a favor del aborto». Consultado por una periodista si acaso este hecho puede ser una señal de la necesidad de abrirse al diálogo, respondió que «nosotros estamos siempre abiertos al diálogo, pero dialogar no implica encontrar razón donde no la hay».
Siendo la vid de la vida dadivosa en frutos, al día siguiente CNN en Español realizó una entrevista al obispo Opus Dei de San Bernardo, Sr. Juan Ignacio González, donde defendió la oposición de la Iglesia a todo tipo de aborto, entrevista que transcribimos y cuya discusión y análisis pormenorizado es el objeto de este artículo.
En este artículo no se pretende tomar postura a favor o en contra del aborto, sino que analizar los argumentos del Obispo, el cual explicita que sus argumentos son los argumentos de la Iglesia. De paso, se expondrán algunas estratagemas clásicas que usa esa institución para hacer valer sus puntos de vista dando una ilusión de solidez argumental.
¿Qué tan sostenibles son sus argumentos? ¿Cuál es el contraste entre el conocimiento científico y la postura de la Iglesia? Y, en cuanto a pretendida autoridad moral, ¿es recíproca su postura respecto de las prerrogativas que asume y espera de los demás? ¿Cuáles son sus supuestos?

Si bien nos sumamos al rechazo de actos violentos y vandálicos que realiza el arzobispo, ─debiendo primar el diálogo ético racional y, cuando corresponda, basado en evidencias─, puede que, fruto de su entendible molestia, este delegado de Cristo haya desaprovechado la oportunidad que su dios puso en su camino para ejercitar cierta humildad autocrítica, considerando que la prohibición en cuestión fue impuesta a la fuerza en 1989 por nuestra dictadura cívico-militar (1973-1990) ─quizás dialogada con la jerarquía Opus Dei que la avaló (que avaló tanto a la dictadura como a la abolición del aborto terapéutico todavía vigente entonces)─; bajo cuya ideología se concibió y de cuyo vientre nació nuestra actual Constitución Política, donde se establece el derecho a la vida desde la concepción (o desde la Concepción, dirían algunos). Habiendo hoy, en Chile, una niña de 11 años embarazada tras las violaciones reiteradas de su padrastro, sin derecho a aborto (u obligada a llevar su embarazo a término), puede que haya interrupciones sustancialmente más relevantes que una sagrada eucaristía por las cuales preocuparse y puede que no sea la única ni precisamente la más grave irracionalidad violenta de fanáticos intolerantes ante la cual escandalizarse. Así como los ciudadanos debieran reclamarle a los legisladores cuando legislen usando su credo personal, también corresponde que los feligreses reclamen ante su autoridad religiosa por la influencia que su prédica tiene sobre sus derechos civiles.
A continuación, exponemos la entrevista al Obispo en favor de los dichos del Arzobispo. Los ennegrecidos indican énfasis al hablar y los comentarios de transcripción van entre corchetes.

[00:30] Entrevistadora (E): «─ (…) Bueno, en primer lugar quiero conocer sus impresiones luego de ocurridos estos hechos en la Catedral Metropolitana.»
[00:35] Obispo (O): «─ Hemos visto las declaraciones del señor arzobispo y de las autoridades. Yo creo que estamos todos de acuerdo en que, efectivamente, se trata de una cosa muy grave, no solamente por la dignidad de las personas sino que por el atropello que significa a la libertad religiosa y, para un cristiano, un atropello que significa a dios mismo, en el sentido de que profana un lugar sagrado.»
Con esto comienza un estilo hegemónico que será usual durante toda su argumentación: el asumir que su opinión representa un pensamiento más universal de lo que realmente es. En este caso particular, cabría consultar también con otros cristianos, aparte de los católicos, qué tan sagrada consideran una catedral católica. Desde el siglo XVI, los protestantes podrían estar en serio desacuerdo, reconociéndola como La Ramera (o Meretriz) de Babilonia. Aparte, ¿considerarían también sagrada una catedral pastafari?
Convengo sobre lo indeseable de un arremetimiento violento en contra de sus instalaciones, ya lo dije, pero eso de la profanación no me queda muy claro: ¿considerarían profanación el que una mujer no pudiese elegir interrumpir su embarazo si la religión de ella considerase sagrado tal derecho? Bastaría con crear tal religión, proclamar sagrado ese derecho y observar el interesante experimento social que resultaría de reutilizar sus mismos argumentos, pero ahora en su contra; de seguro dedicaría más esfuerzo en refutarlos.
El reclamo sobre la dignidad es convenientemente unidireccional: ¿consideró también la dignidad que reclaman para sí las (y los) manifestantes? No se trata de jugar al empate, pero corresponde esperar un poco más de ecuanimidad por parte de un autoproclamado adalid de la moral; esta asimetría constituirá otra característica reiterada en su argumentación. Se pregunta por las causas:
O: «─ Yo he pensado en estas horas (…) ¿qué hay detrás de esto?, ¿hacia dónde vamos?, ¿por qué se producen estos grados de intolerancia y de…? Y, claro, es un mal uso de la libertad, es un abuso de la libertad, es falta de formación de nuestra gente. Yo me pregunto por las causas, siempre creo que estas cosas deben llevarnos, además del desagravio, preguntarnos ¿qué causa hay detrás de esto?, ¿qué estamos haciendo mal?… que vemos esta iglesia… estos, eh, pancartas escritas ahí en la muralla, rayados, los Héroes de la Concepción, que tienen nada que ver. Están ahí los corazones de ellos desde el año 1913. ¿Qué hay detrás? Ésa es la gran pregunta que tenemos que hacernos como chilenos, como pastores, como sacerdotes, o como ¡un ciudadano!»
Aquí se gana su primer punto en el falaciómetro, aunque no sé si sólo por tropezar con una falacia de apelación a la ignorancia o por sesgar la conclusión hacia una que le convenga, sin analizar más alternativas. Y, tras plantearse una serie de preguntas retóricas, no sólo no las responde todas, sino que elige una respuesta sin dar mayores justificaciones para ella. ¿O deberíamos conformarnos con la mera prédica?
Y es que hay otras causas posibles. ¿Qué hay detrás? ¿Qué están haciendo mal? Por ejemplo, una causa posible es que las mujeres de nuestro país hayan tenido derecho al aborto y que se les haya conculcado por la fuerza ese derecho. Otra causa que se podría sumar es que el sistema electoral definido durante ese mismo período político, ideado y diseñado por la misma cohorte fundamentalista, permita sobrerrepresentar en el parlamento a sus opositores al punto de empatar a la mayoría que sí desea restablecer ese derecho, trancando nuestro desarrollo democrático. Por esta vía, tenemos que su iglesia avala una política religiosa impuesta por la fuerza a todo el país. ¿La causa, entonces? ¿Abuso de la libertad o conculcación violenta de derechos? ¿Y en contra de quiénes?
[1:47] E: «─ (…) ¿A qué conclusión ha llegado? ¿Qué cree Ud. que hay detrás de estos hechos que, claro, tienen una cara visible, lo que ocurrió en la Catedral, pero que tienen un trasfondo?»
[1:53] O: «─ Por desgracia, yo creo que en la vida hay que ser bastante claro para decir lo que uno piensa y, pienso, que hay una… es una expresión, un pequeño iceberg que muestra un intento de personas, de un grupo de personas, del ámbito político, del ámbito social, etc., que tienen todo el derecho a creer así, pero de quitar las raigambres más profundas donde se ha asentado nuestra patria.»
Aquí se gana un segundo punto para el falaciómetro, por recurrir a la falacia de apelación a la tradición. El que las cosas hayan sido de una forma en el pasado, no significa que necesariamente tengan que seguir siendo como eran. Tradicionalmente, la esclavitud también ha sido raigambre profunda en la civilización y no por ello corresponde restablecerla. Pero, ¿cuál es esa raigambre?:
O: «─ Y esa raigambre profunda son las raigambres de la fe cristiana.»
Es una lástima, ¿no sería hora ya de empezar a superarlo?
O: «─ Entonces, claro, entrar a la Catedral para interrumpir una celebración eucarística, para… me dicen que, incluso, algunas personas parece que se tiraron a desnudar… y algunas damas; quemar un banco de la Catedral… Todo esto no es un problema policial. Es un problema de que hay una capacidad de ir contra los valores básicos, porque aquí estamos hablando de lo básico: estamos hablando de la libertad religiosa y la vida humana. No es que estemos hablando de un tema que es contingente, que puede ser así o asá.»
Quién como él que sepa definir qué es lo básico, reiterando el tono hegemónico. Y, si es por derechos básicos, sería prudente no descartar de partida otros que gratuitamente dejó de considerar, tales como: el derecho a la autodeterminación, el derecho a la salud, el derecho a que las políticas públicas adoptadas por el estado tengan como base la representatividad democrática en vez de la imposición violenta, el derecho a la separación de la Iglesia y el Estado… pues el ala conservadora del Parlamento argumenta su voto representativo con la Biblia en una mano y el Código Canónico en la otra.
Además, se gana un tercer punto en el falaciómetro por tropezar con la falacia del tercero excluido o del falso dilema. El estar a favor del aborto, por ejemplo, en caso de feto inviable, no significa necesariamente estar en contra de la vida; es estar en contra de obligar a la mujer y a su familia el sufrir teniendo que llevar su embarazo a término a sabiendas de que su hijo morirá al instante de nacer.
Considero que el desnudo femenino en general y, en particular, dentro de un recinto religioso, no deja de tener un valor estético… casi religioso. Entiendo su escándalo, pues una iglesia católica no es precisamente el mejor lugar donde acoger mujeres, especialmente en estado natural, salvo que sepan ubicarse más abajo, donde el canon indica que les corresponde. Resulta cruel enfrentar a un célibe de larga data, en público, contra un par de tetas rayadas y vociferantes. Lo que no entiendo son las menos de doce horas que demoraron en repudiar públicamente el hecho, en contraste con los años de silencio, omisión negligente y encubrimiento ante denuncias reiteradas por numerosos abusos sexuales en contra de menores. Encuentro extrañas las prioridades de los clérigos o, al menos, sus prioridades terrenales.
Alega, también, por la libertad religiosa. De que puede alegar por ello, puede, pero distinto es que sea un derecho y que, por tanto, los demás lo debamos observar. El derecho que hay en nuestro país es el de la libertad de culto, que no es lo mismo y a los religiosos les gusta confundir ambos conceptos ante su audiencia. La libertad religiosa es el respeto que esperan los religiosos por parte del resto de la sociedad para que acepte cualquier expresión, manifestación o práctica de su credo, aunque atente contra otros derechos, los que consideran secundarios ante su libertad religiosa. Por aquí se cuelan, por ejemplo, circuncisiones y ablaciones. Distinta cosa es la libertad de culto, que permite la adhesión a cualquier credo y su celebración ritual en espacios privados, ajustadas a derecho, como corresponde en un estado secular. Nuevamente, es cosa de prioridades: ¿qué es más básico, su libertad religiosa o los derechos reproductivos de las mujeres?
O: «─ Y eso, yo creo que es el empeño que hay en Chile y en muchas partes. Lo ha dicho el Papa, recientemente, en su viaje y se lo ha dicho de una manera muy argentina a los argentinos: «hay que luchar contra los que quieren quitarnos a Dios, los que quieren vivir de un cierto… de una cierta exclusión de Dios de la vida, del mundo», y resulta que eso es lo que se manifiesta ahí, en ese acontecimiento que acabamos de ver.»
Veamos qué dicen las cifras (Adimark 2011): un 18% responde como ateo, mientras que un 44% de la población está a favor de reconocer el derecho al aborto a las mujeres bajo alguna circunstancia y, un 5%, bajo cualquier circunstancia. Siendo en extremo generosos en favor de su punto, suponiendo que todo ese 18% de ateos comeguaguas esté a favor del aborto, todavía queda un 31% de creyentes (44% + 5% – 18%) que también lo está. Siendo menos generosos, repartiendo los porcentajes equitativamente, el 40% de los creyentes (82% x 49%) estarían a favor. ¿Están los pro-abortistas queriendo excluir a dios de la vida y del mundo? Al menos los números no avalan esa tesis. Quizás lo que sí están queriendo rechazar es la imposición política de la Iglesia en sus vidas. Sería arrogante presumir que una oposición a la Iglesia equivalga a la oposición a dios.
[3:16] La Entrevistadora le pregunta si leyó la carta que compartió el arzobispo Ezzati, a lo que responde.
[3:25] O: «─ (…) Él dice, claramente ahí, lo que es, pues: es un atentado a… (E: ─ Le parece que son un grupo de anarquistas.). Sí, bueno, yo creo que una persona que llega a hacer esto, ya… por es que una… esto es como un iceberg, es la puntita de algo: no se ve todo, ¿ya?, en el sentido de que… gente que es capaz de hacer eso son gente que no tiene capacidad de aceptar un orden social, político, religioso básico que nos hemos dado en una sociedad como la nuestra. Y que irrumpe de esta manera en un templo, el principal templo del país.»
Le concedería el punto si hiciera la diferencia entre el grupo manifestante y el puñado de vándalos. Respecto de estos últimos, estamos de acuerdo, pero respecto de los manifestantes legítimos, generaliza demasiado al decir que nos «hemos» dado tal orden. ¿Nosotros, quiénes? ¿Nosotros, el clero? Sí, claro, y aprovechándose de la imposición por la fuerza. Pero hay más «nosotros» y «nosotras» entre nosotros, entre nosotros-todos, quienes, para los anteriores «nosotros», son «otros» y ese orden les fue «gentilmente» «dado» por los primeros «nosotros». La prohibición del aborto es también sólo la puntita de otro iceberg de entrampamientos del progreso social en los que la Iglesia tranca nuestro devenir social, por nombrar algunos: matrimonio homosexual, legalización de drogas blandas, eutanasia, suicidio asistido, educación sexual.
[3:53] La Entrevistadora comenta la pregunta que periodistas hicieron al arzobispo, «─ si es que llegó el momento de que la Iglesia también se pudiera abrir a debatir sobre el tema del aborto y él ha dicho [el arzobispo] que la Iglesia es una «realidad dialogante«. ¿Está abierta la Iglesia a debatir (lo que está haciendo)?».
[4:18] O: «─ Lógico, (…) evidentemente que sí. Dialogar sobre la verdad y con fundamento en la verdad, siempre. Ésa es una realidad propia de la naturaleza humana, no solamente de la Iglesia. Otra cosa es pensar que ciertas elementos centrales de nuestra vida se hacen por alzada de mano, por mayoría.»
Estamos claros que muchas manos no se alzaron para esta prohibición. Queda por definir tanto qué elementos son esos «centrales» y cuáles se pueden definir a mano alzada, como el porqué de tal separación; pues sería burdo ─y argumentalmente inaceptable─ cerrar el debate en torno a aquello declarado unilateralmente como «central» y patear la pelota afuera de la cancha sobre lo otro que sea debatible. ¿Qué es eso central? Pues la realidad propia de la naturaleza humana, claro. Y ¿cuál es esa naturaleza humana de la que habla? Y ¿cómo accede al conocimiento sobre qué es esa naturaleza? Pretendiera hablar de algo más universal, no solamente de la Iglesia, sino que de algo que escapa a la alzada de mano, que va más allá del consenso entre humanos y con lo que la Iglesia, naturalmente, coincide (no pun intended). De alguna forma, pareciera ser que la Iglesia diese con algo central de nuestra vida: la naturaleza humana. Y no sólo sabe cómo acceder a conocerla, sino que, dicen, la conoce.
Llegando a este punto, su argumentación se me tornó predecible. Sepa el lector que un punto donde siempre encontrará tema para escarbar en las declaraciones de los clérigos, y predecir sus dichos, es cuando comienzan a hablar de la «naturaleza humana» o, incluso, más en general, de la «naturaleza» ─o de lo que ellos definen y, convenientemente, quieren entender como tal─. No debe confundirse la concepción naturalista de la naturaleza de la concepción metafísica de la misma. A ambas las llaman «naturaleza», pero son homónimos.
Es la típica trampa argumental que usan los clérigos cuando hablan de «lo natural». No se refieren a la naturaleza del naturalismo filosófico, que considera a la naturaleza como el principio único de todo lo que es real, no habiendo más que ella; sino que hablan de la naturaleza como un deber ser, presentándola retóricamente como una cuestión profunda, irrebatible y extremadamente bien justificada, y se encargan de usar palabras sonoras para crear una ilusión de solidez: es una reformulación de la idea de Ley Divina, según Tomás de Aquino, siendo Dios quien ha establecido una ley eterna para el mundo natural y el mundo humano, la que se conoce como Ley Natural. De ahí a la «naturaleza del hombre»: aquella que le corresponde según su esencia, habría dicho Aristóteles. ¿Cuál esencia? Según los teístas, pues la que le corresponde en cuanto creatura de Dios. Y esa esencia, ya fuera de cancha, la definen a su gusto según su dogma de fe. Naturaleza, la llaman, y Ud. debería concordar con ellos respecto de los deberes que para Ud. ello reporta si acepta su definición. Entonces, así debieran ser las cosas:
O: «─ Hay cosas en que, efectivamente, son… están naturalmente entregadas a nuestra decisión. Y hay otras cosas que son parte de la naturaleza del ser humano, ni siquiera son religiosas. Este tema que estamos hablando, de la vida humana, del respeto a la vida humana, es un tema que trasciende lo religioso. Es un tema que viene desde siempre y es propio de la naturaleza humana. No es intangible la vida de una persona y éste es un derecho humano básico.»
Ya vemos la aplicación del dogma. Nos están entregadas, por un alguien ─adivine Ud. por Quién ─ y «naturalmente». ¿Por qué? No entrega justificación, asume el acuerdo por parte de su interlocutor, y prosigue. En base a lo explicado anteriormente, el lector puede dimensionar cuánto presupone el sacerdote.
Un guinda en este pastel es pretender que no se consideren como religiosos sus preceptos. ¡Así tan ensimismados están en su fe!, al punto de perder la perspectiva de la misma ante alguien ajeno a su ideología. O, quizás, con menos inocencia, no pierden del todo la perspectiva… pues ante el interlocutor desatento consiguen el triunfo retórico de aparentar entregar una verdad profunda, más allá, incluso, de lo que el interlocutor debiera pretender refutar.
A pesar de todo, estamos de acuerdo en que «el respeto a la vida humana, es un tema que trasciende lo religioso» y que «no es intangible la vida de una persona y éste es un derecho humano básico». Sin embargo, no veo que todavía consiga entregar un argumento convincente en contra del aborto, al menos terapéutico. No califica como tal el que sea «propio de la naturaleza humana».
No me pareció que la entrevistadora reparara en la apelación a la fe del argumento anterior, pero insistió por la vía del derecho:
[4:58] E: «─ Pero hay quienes defienden que, en este caso, la mujer tiene derecho a decidir sobre lo que ocurre con su propio cuerpo.»
[5:03] O: «─ Y eso es lo que nosotros queremos hacer ver, con razones de fondo, sobre todo científicas, que están equivocados.»
Resulta irónico encontrarse a un sacerdote, hijo legítimo del dogma, rebajándose a recurrir a la ciencia para argumentar en base a ella… cuando les conviene. ¿Qué tan científica es su postura? Ya veremos.
O: «─ Y ése es el diálogo. El diálogo no puede ser el diálogo en que, como me ha tocado a mí en otros aspectos de la vida del país, en que uno va al Parlamento, dice lo que piensa y a nadie le importa lo que piensa la Iglesia cuando, en realidad, en esta materia, muchos cristianos, muchos ciudadanos piensan que el aborto no debe ser permitido. Y, entonces, me lo enmascaran con el llamado «aborto terapéutico» que, en realidad, del punto de vista moral, es un aborto puro y simple.»
¿A nadie en el Parlamento le interesa lo que dice la Iglesia? ¿Son «nadie» los partidos conservadores que lo componen? Al menos le importa a los suficientes como para que la regulación del aborto en nuestro país no prospere. No sé si son muchos o pocos, pero, al menos, son suficientes; una suficiencia parlamentaria que se contrapone a las cifras anteriormente expuestas, donde, nuevamente, no sé si son muchos o pocos, pero, como corresponde en democracia, son una minoría quienes se oponen a él. De paso, se gana un cuarto punto en el falaciómetro por recurrir a la falacia de apelación a la popularidad (ad populum). Incluso en el caso, que no es, de que muchos cristianos se opongan al aborto, no es motivo para que, en un estado secular, baste tal abundancia para imponer una política pública a toda la nación basándose en los dogmas religiosos de una facción.
El considerar al aborto terapéutico como moralmente indistinto del aborto puro y simple, se basa en su particular moral cristiana y su apelación a la naturaleza del hombre, por lo que tal homologación no es necesariamente extrapolable a quienes no comparten su credo ni debiera ser relevante en un estado secular. En todo caso, no explica el por qué los considera iguales. El espectador debiera darse por satisfecho con la mera prédica.
O: «─ Es decir, lo que debemos discutir es con la verdad y, la verdad, se discute con los verdaderos fundamentos.»
Me excusarán si hace rato dejé de encontrar esa verdad en esta pseudo-argumentación. Insiste nuevamente con los presupuestos, ahora sobre cuáles son esos verdaderos fundamentos, sin explicar cuáles son ni por qué son ciertos. El trabajo queda delegado a quien no se conforme con su mera prédica, pues no los expone:
O: «─ Yo sé que hay opiniones contrarias. (…) Nos hemos reunido con esas personas muchas veces. Yo sé cómo piensan, pero, en el fondo, Macarena, tenemos que pensar: ¿estamos haciendo estos diálogos, por ejemplo [algo inentendible, como «(algo) humana», ¿Fundación Humanas?], sobre la verdad?»
En efecto, no; con la verdad, al menos, no. Él, no. Y, si esos argumentos son los de la Iglesia, como más adelante afirma, entonces, la Iglesia, tampoco.
O: «─ En mi diócesis, yo tengo un proyecto que se llama Proyecto Esperanza, que lo que hace es recoger a las mujeres que han abortados y, unas, tienen el Síndrome Post Aborto [SPA]. Y la gente no se imagina el significado que tiene para una mujer, ¡pasados los años!, haber abortado. Cuando llegan, incluso, a hablar con un sacerdote, en el confesionario, y ella no se sienten perdonadas: «Dios no me perdona», «Yo me di cuenta tarde», etc.»
Sería interesante conocer la tasa de SPA antes de que existiera la Iglesia y educase en la culpa respecto de esta práctica ancestral. Si el testimonio respecto de las mujeres con SPA proviene de un sacerdote católico que les practica confesiones, sin que necesariamente esté mintiendo, cabe dudar respecto de hasta qué punto tal feligresa no esté acaso manifestando las consecuencias a largo plazo de una culposa educación católica en vez de un presunto SPA. De todos modos, con o sin SPA, una mujer adulta bien podría decidir responsablemente y con conocimiento de causa si se arriesga a tal síndrome o no.
Ante su resonante apelación a la ciencia, su postura resulta, más bien, disonante con la evidencia científica respecto del presunto SPA. Para que se haga una idea, invito al lector interesado a buscar en Google por «síndrome post aborto« e intentar encontrar sitios no-católicos que hablen de él. ¿Qué dice, por su parte, la academia?
Buscando en Google Scholar en español, nos encontramos con que el artículo más citado (10 citas), «Categorización diagnóstica del síndrome postaborto«, pertenece a la española Universidad de Navarra, también Opus Dei. Como sugiere el articulista del blog Médico Crítico, ante la sospecha de un conflicto de interés, conviene buscar estudios independientes que avalen o refuten la tesis. Al buscar en inglés por «abortion trauma syndrome«, se encuentra como más relevante a «The myth of the abortion trauma syndrome» («El mito del Síndrome de Trauma por Aborto», con 71 citas), seguido de «Is there an ‘Abortion Trauma Syndrome’? Critiquing the Evidence» («¿Hay un ‘Síndrome de Trauma por Aborto’? Criticando la Evidencia», con 64 citas). ¿Qué dice la ciencia, entonces? (Traducción libre)
«Éste es un artículo sobre un síndrome médico que no existe. El así llamado Síndrome de Trauma por Aborto ha sido descrito en material escrito y por televisión y por programas de radio. Por ejemplo, se ha distribuido por las calles de ciudades en los Estados Unidos panfletos que advierten sobre las consecuencias detrimentales físicas y emocionales del aborto. De las mujeres que han pasado por un aborto inducido, se dice que sufren un «síndrome de trauma por aborto» o «trauma postaborto» que causará daño de largo plazo a su salud. Uno de tales panfletos establece que: «Con mayor frecuencia, una mujer sentirá las consecuencias de su decisión dentro de los días posteriores a su aborto. Si no aparecen inmediatamente, aparecerán en cuanto envejezca. Las cicatrices emocionales incluyen depresión inexplicada, una pérdida de la habilidad para acercarse a otros, emociones reprimidas, un endurecimiento del espíritu, instintos maternales perversos (que podrían llevar a abuso infantil o derivar posteriormente en un UFE (embolización de fibroma uterino), sentimientos intensos de…«» ─ «The myth of the abortion trauma syndrome«, Nada L., JAMA. 1992;268(15):2078-2079. doi:10.1001/jama.1992.03490150130038.
«El objetivo de esta revisión es identificar e ilustrar los aspectos metodológicos en estudios usados para soportar afirmaciones de que el aborto inducido resulta en un «síndrome de trauma por aborto» o un desorden psiquiátrico. Después de identificar los aspectos metodológicos clave a considerar cuando se evalúe tal investigación, ilustramos estos casos mediante el examen crítico de estudios empíricos recientes que son ampliamente citados en testimonios legislativos y judiciales, en favor de la existencia de secuelas psiquiátricas adversas del aborto inducido. Estudios recientes que han sido usados para indicar una conexión causal entre el aborto y desórdenes mentales subsecuentes están marcados por problemas metodológicos que incluyen, pero no se limitan a: una pobre selección muestral y grupo de selección; conceptualización y control inadecuado de variables relevantes; pobre calidad y carencia de significancia clínica en las mediciones obtenidas; análisis estadísticos inapropiados; y errores de interpretación, incluyendo la atribución errada de efectos causales. A modo de contraste, revisamos algunos de los mayores estudios recientes que evitan estos errores metodológicos. El predictor más consistente de desórdenes mentales después del aborto consiste en desórdenes previos, los cuales, en cambio, están fuertemente asociados a la exposición a abuso sexual y violencia íntima. Es crucial educar a los investigadores, clínicos y diseñadores de políticas, sobre el cómo evaluar apropiadamente la calidad metodológica de los resultados de la investigación sobre el aborto. Además, se necesita investigación metodológicamente fundada para evaluar no sólo las consecuencias psicológicas del aborto, sino que también el impacto de la legislación existente y los efectos de las actitudes sociales y comportamientos sobre las mujeres que se realizan abortos» ─ «Is there an ‘Abortion Trauma Syndrome’? Critiquing the Evidence«, Gail Erlick Robinson, MD, DPsych, FRCPC1, Nada L. Stotland, MD, MPH, DPsych, FRCPC2, Nancy Felipe Russo, PhD3, Joan A. Lang, MD4 and Mallay Occhiogrosso, MD5; 2009, Vol. 17, No. 4, Pages 268-290 (doi:10.1080/10673220903149119); Harvard Review of Psychiatry
Por lo visto, tales «razones de fondo, sobre todo científicas», ni son tales y «están equivocadas». Valga este antecedente ante una Iglesia que dice tener a la ciencia en su favor.
Habiendo sido refutadas sus «razones de fondo», ¿qué otras razones más superficiales estarían quedando como para seguir sosteniendo su punto? Estando equivocado (él y, en la medida que sean los mismos argumentos, también la Iglesia), ¿estaría dispuesto a asumir su error y retractar su postura, así como también esperase que lo hiciese quien se viese refutado por la presunta razón científica que trató de enarbolar? ¿O, acaso, la razón científica sólo merece ser atendida en la medida que no refute al dogma de fe? Pues, de ser este último caso, primando políticamente el dogma por sobre la evidencia científica, nos encontraríamos ante un flagrante caso de deshonestidad intelectual impropio de una pretendida autoridad moral.
La Entrevistadora, quizás desconocedora de estos estudios, implícitamente, le concede el punto:
[6:18] E: «─ Pero estamos hablando de aquellas mujeres que comparten esta espiritualidad y comparten la fe, pero hay mujeres que…»
El Obispo la interrumpe y abunda:
[6:23] O: «¡Nooo! El SPA le ocurre a todas las mujeres, eso es lo delicado. No son gente católica. Son gente que, de repente, se dan cuenta: «en mi vida, yo hice una cosa que estuvo mal». Y nosotros, entonces, queremos infringirle, a personas concretas, de alguna manera… darles una libertad que es una falsa libertad. Entonces, ¿hasta dónde llega la libertad? ¿Llega hasta quitar la vida de alguien que está en el seno materno? Nosotros pensamos que no.»
Con este espantapájaros argumental, se anota un quinto punto en el falaciómetro. Una cosa es la existencia del SPA y su (refutada) evidencia, pero otra cosa distinta es el derecho que tengamos o no para decidir sobre la vida ajena, el cual no se sigue, ni a favor ni en contra, necesariamente, de la existencia o inexistencia del SPA.
¿Hasta dónde llega la libertad? Difícil cuestión… Los clérigos, de seguro, ya saben hasta dónde, pues su dios se los dice. El resto de los honestos mortales nos debemos conformar con limitarla hasta donde se afecta la de otros, cosa (bien o mal) regulada en la legislación de nuestro estado secular. Eso sí, al menos tenemos una libertad pasada a llevar mediante la imposición por la fuerza de la prohibición del aborto, de la cual la Iglesia es cómplice. ¿Hasta dónde llega, entonces, la libertad de la Iglesia? ¿Llega hasta la posibilidad de arriesgar innecesariamente la vida de una madre con un embarazo que ponga en riesgo su salud?
Respecto del SPA, la Sociedad Psicológica Americana (American Psychological Association, APA), es clara en su informe «Mental Health and Abortion« («Salud Mental y Aborto»), explicita múltiples factores que pueden llevar a una conclusión errada en su favor: percepciones de estigma, necesidad de secreto, apoyo bajo anticipado ante la decisión de abortar, historia previa de problemas mentales, factores personales previos tales como baja autoestima y uso de mecanismos de negación y evasión, características del embarazo en particular, incluyendo qué tanto lo quisiese la mujer. Concluye: «Es improbable que haya un único estudio de investigación que determine las implicaciones de salud mental del aborto «de una vez por todas» dada la diversidad y complejidad de las mujeres y sus circunstancias». Dicho en cristiano, quien afirme la existencia del SPA, no cuenta con evidencia sólida que lo avale.
Quizás, lo que sí se podría establecer con cierta certeza científica, son los estragos que causa el sentimiento de culpabilidad sobre las personas, en particular las aborteras, quedando por evaluar el rol que la Iglesia, su credo y su clero juegan en su exacerbación.
Continúa el Obispo:
O: «─ ¿Quiénes «nosotros»? Los que creemos en una ética fundada en la naturaleza humana y que, simplemente, el cristianismo asume.»
Queda claro el «fundamento» de su ética, ya referido anteriormente, sobre la «naturaleza» humana. Sería interesante conocer si el cristianismo asume esa ética por un debido fundamento o por simple dogma, cosa que no explicita. Además, sobregeneraliza al atribuir tal ética a todo el cristianismo. Que hable por él mismo, no por el resto: la Iglesia católica asume esa postura; hay otras ramas cristianas que sí aceptan el aborto en al menos alguna de sus variantes.
O: «─ Pero, el punto interesante es, las consecuencias que tienen estos intentos. Entrar a la Catedral y decir «queremos el aborto», y «estamos…»… y pedirlo a gritos; no están pidiendo el aborto terapéutico. Están pidiendo la libertad para que una mujer pueda, simplemente, cuando quiera, disponer del fruto de una relación o, incluso, que se haya producido eso por un hecho violento, pero la vida humana no es nuestra.»
En este caso, no tropieza con la falacia de apelación a las consecuencias, pues no se trata de una consecuencia lógica, sino que de una evaluación moral, donde las consecuencias sí son relevantes para el juicio moral sobre el acto que se evalúa. Sin embargo, sí se gana un sexto punto en el falaciómetro al levantar, nuevamente, un espantapájaros argumental. Hay diversas propuestas en favor del aborto, desde la variante a todo evento hasta diversas variantes terapéutica más o menos atrevidas. El que algunas propongan el aborto a todo evento no quiere decir que todas estén de acuerdo.
Respecto de la propiedad sobre una vida humana, se puede argumentar bastante tanto a favor como en contra, pero omite que no hay sólo una vida humana en juego, sino que la disyuntiva es entre el potencial desarrollo futuro de un humano en proceso de formación versus el certero futuro próximo de una mujer con una vida ya desarrollada en curso, eventualmente con familia e hijos. Resulta antipático y, agregaría, hasta sádico, el equiparar la decisión generalmente trágica que una madre necesita enfrentar un aborto, como si no fuera más que un mero antojo egoísta y desdeñoso con la vida del feto. El exponer a una feligresa ante esta imputación implícita, ¿no es, acaso, una forma de manipular por medio de la culpa? ¿Asume la Iglesia la responsabilidad sobre las consecuencias de ese intento?
O: «Entonces, en el fondo, Macarena, debemos ser claros en decir: si se rechazan estas»
[7:26] E: «─ «La vida humana no es nuestra», desde el punto de vista para aquellos que tienen fe.»
[7:30] O: «No, para todos. Eso es lo interesante que tenemos que entender.»
Los estudios mencionados refutan esta afirmación.
O: « Eso es lo que han tratado de meternos en la cabeza: que esto tiene que ver con la fe. Hay cosas que no tienen que ver con la fe, son de la naturaleza del ser humano.»
En virtud de lo expuesto respecto de la concepción católica de la «naturaleza humana», en efecto, sí se trata de una cuestión de fe.
¿Quiénes han sido los «que han tratado de meternos en la cabeza» que no es cosa de fe? No explicita quiénes, lo que huele a un recurso retórico para fabricar un enemigo imaginario indefinido. Al contrario, ¿no vendría a ser la Iglesia la que ha tratado de meternos en la cabeza que no tiene que ver con la fe cuando, en realidad, sí?
O: «La dignidad tuya y mía no tienen que ver con la fe.»
En efecto, no necesariamente tienen que ver con la fe. Desafortunadamente, en el caso del aborto en Chile, la dignidad que (no) se le reconoce a la mujer sí se basa en la fe de los legisladores conservadores testaferros de la Iglesia.
O: «Se puede ver mejor desde la fe, se puede alumbrar desde la fe…»
Del punto de vista de los derechos conculcados, más bien se podría decir que se puede ver peor desde la fe, se puede oscurecer desde la fe.
O: «─ Eso es lo que nos dice el Papa [¿Francisco?] en la última… en su primera encíclica, pero hay cosas que son de la naturaleza humana. O sea, la defensa de la vida humana está en el Juramento Hipocrático, que es anterior al cristianismo. Y, así, podríamos sacar nosotros cosas de Platón y qué sé yo. O sea, lo interesante aquí es que «no nos arrinconen, esto es cosa suya de fe»… no es así.»
No vale la pena insistir sobre lo de la «naturaleza humana».
Si bien, en efecto, se puede defender la vida recurriendo a otros argumentos no basados en la fe, los argumentos expuestos por la Iglesia sí se basan en la fe. Además, reincide en la falacia de espantapájaros argumental del comienzo de la entrevista, al equiparar el debate sobre el derecho al aborto con el tema más general de defensa de la vida. Para el caso del aborto terapéutico, no es tal la equivalencia.
O: « La familia, fundada sobre la unión de un hombre y una mujer, la educación de los hijos y el respeto a la vida humana, desde que se nace hasta que se muere, son cosas, diríamos, aunque a algunos no les guste la palabra, de Derecho Natural.»
¡Hasta que apareció el quid del asunto! Recapitulemos la perspectiva argumental: la postura de la Iglesia se presenta como si estuviera abierta al diálogo, sobre «ciertos elementos centrales de nuestra vida» que no «se hacen por alzada de mano, por mayoría», sino que discuten con la «verdad» y los «verdaderos fundamentos», respecto de los que la Iglesia «propone», «no impone».
¿Ocurre esto así en nuestra democracia? No. ¿Es representativo nuestro parlamento? No. ¿Se argumenta o simplemente se vota en contra del aborto? Se vota a mano alzada y a viva voz. ¿Es la prohibición del aborto una simple propuesta y no una imposición? Es una imposición en un período de supresión del parlamento. Así, los «verdaderos fundamentos» del Obispo no resultan ni ciertos ni sirven como argumento, aunque quizás sí basten como fundamento para quienes los argumentos sean irrelevantes. En el fondo, prima una visión estrecha de organización de las relaciones afectivas entre humanos, prima el adoctrinamiento ideológico durante la educación de los hijos y prima un respeto por la vida humana sólo en la medida de la conveniencia de quien dice respetarla.
Finalmente, nos topamos con esa joya que es consecuencia «natural» (si me permiten la expresión) de la impostura religiosa sobre la «naturaleza humana»: su consecuente estructuración deontológica en el así llamado Derecho Natural, ante aquellos incautos que acepten su dogma, como una forma escondida de dictar el ordenamiento social a partir de un credo.
¿Qué se considera «derecho»? ¿Cuándo una norma es tal? Si bien escapa de mi pericia la realización de un análisis profundo de la filosofía del derecho, por cultura cívica entiendo que hay diversas fuentes de derecho, de donde emanan estas normas (en el sentido de identificar su origen, no de justificarlo): hay derecho consuetudinario (que se origina en las costumbres sociales), de la jurisprudencia previa (con más fuerza en el derecho anglosajón, o menos, como en el nuestro) y del derecho escrito (tratados internacionales, constituciones, leyes, reglamentos, ordenanzas).
Ahora, ¿cuáles son las leyes a las que les reconocemos legitimidad? Ésta es una pelea titánica entre dos corrientes: el Derecho Natural (iusnaturalismo) y el Derecho Positivo (iuspositivismo). La «naturaleza» del debate entre una corriente y la otra termina reduciéndose, finalmente, al un debate análogo al que hay entre religión (del lado del Derecho Natural) y ciencia. ¿En qué consisten ambas posturas?
«El concepto de derecho positivo está basado en el iuspositivismo, corriente filosófico-jurídica que considera que el único derecho válido es el que ha sido creado por el ser humano. El hombre ha creado el Estado y en él ha constituido los poderes en los que se manifestará la soberanía; el poder legislativo es quien originariamente crea el derecho, mediante las leyes. (…) Descansa en la teoría del normativismo (elaboración del téorico del derecho Hans Kelsen -siglo XX-), y que estructura al derecho según una jerarquía de normas (jerarquía normativa). Desde el punto de vista de otras corrientes de pensamiento jurídico, que no excluyen la existencia del derecho natural o derecho divino, el derecho positivo sería aquel que emana de las personas, de la sociedad, y que debe obedecer a los anteriores para ser justo y legítimo.»
«El iusnaturalismo sostiene una tesis opuesta, según la cual el derecho es único, anterior y superior al hombre, sustentado en valores supremos a los cuales el ser humano puede aspirar mediante la razón, por lo que el Derecho no requiere estar escrito para ser válido, sino que basta con la posibilidad de que se infiera de los valores esenciales del ser humano»
Del iusnaturalismo clásico, le sonará conocido: «Los orígenes remotos de la idea de derecho natural se encuentran en Aristóteles (s. IV a.C.). En su Ética a Nicómaco, Aristóteles distingue entre la justicia legal o convencional y la justicia natural «que en todo lugar tiene la misma fuerza y no existe porque la gente piense esto o aquello» (V,7). En el mismo lugar, Aristóteles insiste en que las leyes naturales no son inmutables pues en la propia naturaleza humana hay cambios naturales debido a principios internos de desarrollo. Y el ser humano tiene como rasgo fundamental la racionalidad que permite indagar en la vida característicamente humana.»
«Este aspecto de la racionalidad será retomado por el Estoicismo desde otro punto de vista. La naturaleza humana forma parte del orden natural. La razón humana es una chispa del fuego creador, del logos, que ordena y unifica el cosmos. La ley natural es así, ley de la naturaleza y ley de la naturaleza humana y esta ley es la razón. Y esa razón ha sido implantada por la divinidad (o los dioses). Como la razón puede pervertirse al servicio de intereses fuera de la propia razón se decía que la ley natural es la ley de la recta o sana razón.»
«De este modo, Cicerón (s. I a.n.e.) afirmará que para el hombre culto la ley es la inteligencia, cuya función natural es prescribir la conducta correcta y prohibir la mala conducta -es la mente y la razón del hombre inteligente, la norma por la que se miden la justicia y la injusticia (Leyes, 1.VI). Cicerón escribe en el contexto de la formación del derecho romano, el cual es fundamental para la idea de Estado de Derecho, y tiene como fuente intelectual el estoicismo.»
«El cristianismo prosiguió las concepciones estoicas. En la Edad Media, Tomás de Aquino partirá de la idea de Cicerón reformulando la idea de ley divina: Dios ha establecido una legislación eterna para el mundo natural y el mundo humano, y eso es lo que conocemos como ley natural.»
¡Et voilà! Así, tenemos que el Derecho Natural es, finalmente, la Ley de Dios. ¡Tales son los esos «ciertos elementos centrales de nuestra vida» que no se resuelven «por alzada de mano, por mayoría»! Obviamente, no se resuelve por alzada de mano, pues es un dogma; dogma que, en el caso católico, viene impuesto, ex cathedra, por su máximo jerarca, el Papa… así como en su momento ocurrió en Chile, con otro patrón también vestido de blanco. Es así como la prohibición del aborto en Chile tiene, como «fundamento en la verdad», la «imposición» (no «proposición») por la fuerza (no por «alzada de mano») de la Ley de Dios católica.
Con esto, se gana un misterioso séptimo punto en el falaciómetro, con un non sequitur pues, por una parte, afirma que «ésa es una realidad propia de la naturaleza humana, no solamente de la Iglesia» y, luego, para demostrar que «es una realidad propia de la naturaleza humana», recurre al Derecho Natural, que es la Ley de Dios, la cual interpreta bajo el dogma de la Iglesia.
Ahora, tal imposición no debería ser sorpresa. El Papa Juan Pablo II era claro respecto de los requisitos de «rectitud» y «verdad última» para una «auténtica democracia»:
«Una autentica democracia es posible solamente en un Estado de Derecho y sobre la base de una recta concepción de la persona humana. (…) Hoy se tiende a afirmar que el agnosticismo y el relativismo escéptico son una misma filosofía y la actitud fundamental correspondientes a las formas políticas democráticas, y que cuantos están convencidos de conocer la verdad y se adhieren a ella con firmeza no son fiables desde el punto de vista democrático, al no aceptar que la verdad sea determinada por la mayoría o que sea variable según los diversos equilibrios políticos. (Pero)… si no existe una verdad última, la cual guía y orienta la acción política, entonces las ideas y las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder. Una democracia sin valores se convierte con facilidad en un totalitarismo visible o encubierto, como demuestra la historia.»
Papa Juan Pablo II, encíclica «Centesimus annus«
Ya reconocerá el lector a qué se refiere con eso de la «verdad última». A veces no sé qué pensar de cuando un clérigo, sobre todo de su grado, evidencia explícitamente saber que «las convicciones humanas pueden ser instrumentalizadas fácilmente para fines de poder». «Naturalmente», presupone que su dogma es tal «verdad última, la cual guía y orienta la acción política» para evitar esa instrumentalización. En Chile, finalmente, termina mandando el Papa.
¿Deberíamos sentir pasada a llevar nuestra libertad? Según sus palabras, en realidad, no, pues convenientemente establece su finalidad y la redefine como aquella para observar la ley de Dios:
«Un renacimiento de libertad es continuamente necesario: (…) la libertad necesaria para llevar a cabo el destino humano, libertad para vivir de la verdad, para defenderla contra cualquier distorsión o manipulación, libertad para observar la ley de Dios, que es el modelo supremo de toda libertad humana, libertad para vivir como hijos de Dios, seguros y felices: libertad para ser América en esta democracia constitucional que fue concebida para ser «una nación bajo la guía de Dios, indivisible, con libertad y justicia para todos»», Juan Pablo II: Discurso ante el Presidente de Estados Unidos, J. Carter, en el Museo Vizcaya de Miami, el 10.09.1987. L’Osservatore Romano en castellano, 20.09.1987, pág. 5, nn. 2-3.
Así de libres, se realiza nuestro «destino humano». Siendo así de universal esa libertad, no queda espacio para el individuo que discrepe, así que el Obispo se sabe respaldado institucionalmente para insistir sobre su hegemonía:
O: « Cualquiera que se mire a sí mismo, que haga una introspección, que medite sanamente, va a llegar a la conclusión de que es así.»
A ello, agregaría: sobre todo si se cree en su dios, se acepta su dogma y a la institución que lo avala. «Naturalmente», se entenderá como sano aquello concordante con su dogma y la Ley de Dios. Con esta petición de principio, se anota sanamente un octavo punto en el falaciómetro.
No consiguiendo interrumpir a su entrevistadora, ella logró regalarle una pregunta comodín:
[8:29] E: «─ Yo quisiera preguntarle más por la contingencia de lo que ha ocurrido ayer, ¿cierto?, en la catedral de Santiago y Ud. ha dicho que aquí hay «temas de fondo» (O: ─ Claro.), ¿cierto? y que, de alguna manera, esto refleja el sentir de un grupo de personas. Fueron aproximadamente cien las que ingresaron, ¿cierto?, (O: ─Sí, sí.) a la catedral de Santiago y que, de alguna manera, dejan estas consignas. ¿Cómo cree Ud. que avanza esta sociedad hacia el diálogo? (O: ─Sí.) Porque, de alguna manera, y su postura es clara y su postura refleja, ¿cierto?, la de la Iglesia (O: ─Sí, evidente.) y, bueno, con los fundamentos que Ud. ha entregado, pero, sin embargo, en una sociedad, ¿cierto?, compuesta de distintas estructuras, el respeto tiene que ser compartido (O: ─Lógico.) con los distintos (O: ─O sea, lo que ha pasado ayer, implica…) pensamientos. ¿Cómo cree Ud. (O: ─Sí, sí.) que se tiene que dar el diálogo? ¿Qué falta para que el diálogo se dé alejado de la violencia y en el marco del respeto y la tolerancia hacia las distintas visiones que hay?»
La respuesta se ve venir a la luz de los antecedentes expuestos, empezando por el primer comodín:
[9:14] O: «─ Yo pienso que la Iglesia es la primera que está llamada y la primera que promueve este diálogo.»
De seguro que lo promueve… fuera del parlamento. Y viene el segundo comodín:
O: «─ Yo no pretendo imponerle mi visión de las cosas a nadie. La Iglesia propone, no impone.»
Cosa que, como vimos, es falsa.
O: «─ Eso lo sabemos muy bien nosotros, los sacerdotes, y ése es el trabajo que tenemos, pero no imponemos [!] simplemente una verdad que nos viene, por así decirlo, de lo alto, porque sí. También tiene su fundamento en la razón humana.»
Sigo sin saber qué pensar cuando un clérigo de alta curia dice saber que la Iglesia no impone.
Pasando por alto el (supongo) lapsus linguae en que dijo «imponemos» en vez de «proponemos», no dudo que tengan razones para fundamentar su verdad; el punto es que las bases éticas desde las que argumenta no son necesariamente compartidas por el resto de la sociedad no católica ni por buena parte de los mismos católicos. Ése debate debe darse (bueno, se ha dado) en toda la sociedad y zanjarse (bueno, se ha zanjado) en el parlamento, así que concuerdo con que:
O: «─ Entonces, creo que el diálogo tiene que producirse en las instancias que son propias del diálogo en Chile: instancias políticas, instancias sociales, instancias religiosas. Ese diálogo existe en muchos casos: existen mesas de diálogo en muchas diócesis, existe el contacto habitual de nosotros, los pastores, sacerdotes, con la gente. O sea, no veo por qué se pueda decir que en Chile no hay diálogo. ¡Hay mucho más diálogo de lo que la gente piensa! Pero se da en otro ambiente, no se da con los que salen en la televisión o venimos aquí a CNN. Se da, por ejemplo, en nuestras redes sociales. Yo tengo un montón de amigos en las redes sociales y tengo un diálogo con ellos.»
Pero el problema no es que no haya diálogo, sino que, al momento de institucionalizar el derecho, todo ese diálogo es irrelevante al lado de una minoría conservadora sobrerrepresentada en el parlamento que, en concomitancia con la Iglesia, lo proscriben.
Este tercer comodín resulta sintomático y pintoresco:
O: «─ Hay gente que no está de acuerdo conmigo y son amigos míos; incluso, sacerdotes que tienen posiciones distintas y que uno se muestra no solamente comprensivo, sino que yo respeto tu manera de ver las cosas, pero fundemos las cosas, nuestro diálogo sobre la verdad.»
Tal discrepancia es irrelevante. La aceptan mientras no signifique una firme oposición pública, ante la que bien se podrían ganar una excomunión por herejía, como le ocurrió al sacerdote Roberto Francisco Daniel por apoyar el matrimonio homosexual. Recordemos que el credo católico es jerárquico y, como hemos visto hasta ahora, no termina siendo muy pulcro al momento de fundarse sobre la verdad.
Lo pintoresco es cuando la Iglesia recurre a un remedo de la jerga relativista como estratagema retórica para bajar el rechazo por parte de la audiencia, pero luego, fiel a sus raíces, resurge la pretensión absolutista esgrimiendo una verdad presuntamente más profunda que busca barrer con la legitimidad de quien discrepe. Este estilo es sintomático y recurrente en los debates morales de la Iglesia.
O: «─ En el fondo, Macarena, yo creo que hay que ser muy realista en esto: hay un cierto deseo de que aquellas cosas fundamentales, sobre todo la presencia de la Ley de Dios en nuestro medio, quede excluida.»
Concuerdo con él sobre la existencia de tal deseo y su presencia en el debate ;), pero asume una sobrerrepresentación de su dogma ante otros creyentes en dioses que puedan discrepar respecto de que la interpretación institucional representada por el Obispo sea la que represente la ley de su dios. Además, tal exclusión bien corresponde en un estado secular.
O: «─ Porque ése es el alegato del mundo de actual. Y, nosotros, ¿qué tenemos que hacer ante eso? Comprender, dialogar, pero decir, oye, pero no basta con decir «yo echo a un lado a Dios y hago lo que quiero». En definitiva, muchas de las políticas que vemos a veces es: «yo me hago a mí mismo», «yo no me debo a mi naturaleza ni soy yo, yo soy quien yo quiero ser» y, eso, que tiene parte de verdad, tiene parte también de mentira, porque hay cosas que nos vienen dadas a nosotros, a ti y a mí, y son parte de nuestra estructura, de nuestra manera de ser, y tenemos que respetarla.»
Aquí se vuelve a manifestar la confrontación entre el Derecho Natural y el Derecho Positivo. Simplemente se limita a asumir el iusnaturalismo en desmedro del iuspositivismo. Luego, vuelve a jugar con la relativización de verdades, juzgándolas parciales, para resaltar la mentira en la tesis opuesta.
En esto también hay «parte de verdad» y «parte de falsedad», si me permiten la expresión (y no digo «mentira» porque los dioses todavía no me han dado el don de leer la mente para adivinar intenciones), pues, a partir de lo que considera «natural», concluye como necesario un deber, así que esta falacia naturalista le abona un noveno punto en el falaciómetro.
[11:13] E: «─ Quisiera hacerle una pregunta en torno a la discusión en torno, ¿cierto?, a el aborto terapéutico, y lo voy a plantear así porque ha sido, ¿cierto?, un tema que ha marcado la diferencia en los debates que hemos visto, ¿cierto?, previos a las elecciones primarias y, en este año, importante, porque es un año de definiciones políticas. ¿Cómo ve Ud. el panorama que se incluya, cierto, la discusión del aborto terapéutico y la aclaración que…? (O: ─ Macarena, la primera cosa interesan-…) Y la aclaración, tengo que decirlo, que hizo la candidata, ¿cierto?, de la (O: ─ Eh, sí.) UDI, Evelyn Matthei, porque, recordemos, (O: ─ Sí, sí, la Matthei…) ella presentó un proyecto…»
[11:44] O: «─ Ella presentó un proyecto parlamentario y ha dicho que no va a presentar más. Lo primero que yo diría es lo siguiente: Que, aprovecho esta instancia para decir, que el aborto terapéutico es aborto. Es decir, lo que se me está tratando de decir a mí es que en ciertos casos, en bien de la salud de la madre, yo tengo derecho a quitar la vida al niño que está por nacer. Eso, moralmente, nunca es aceptable.»
Y si no lo va a volver a presentar, no habrá diálogo del cívicamente relevante. Afortunadamente para quien sabe lo que nunca es aceptable moralmente, tampoco necesita de él mientras consiga que no se apruebe. Ya nos referimos anteriormente sobre la falaz equiparación entre aborto terapéutico y el aborto en general.
Tampoco parece importar la estructura básica de un diálogo, donde no se interrumpa insistentemente a la contraparte:
[12:04] E: «─ Porque, si se muere la madre, evidentemente, luego también se va a (O: ─ Pero lo interesante es lo siguiente…) morir el… el feto.»
[12:09] O: «─ Que esos casos, médicamente, prácticamente no se dan. No hay indicación médica que indique: «la manera de salvar a la madre es…»»
De seguro sobran triquiñuelas teológicas para justificar como «pro-vida» a una moral absoluta que, finalmente, atenta contra ella.
La Iglesia del diálogo continúa así:
[12:17] E: «─ ¿Y qué pasa con con aquellos…? (O: ─ ¡Momento! Entonces…) ¿Y qué pasa con aquellos que se…? (O: ─ Deja explicarte lo siguiente.)»
[12:21] O: «─ Otra es que yo intervenga en una mujer para sanarla de una enfermedad, consecuencia de lo cual, prevista, pero no querida… porque esto es la moral, la moral es una cosa muy compleja, la moral natural; yo preveo que, si yo le doy este remedio a esta mujer, para el fin de sanar su cáncer o su éste, voy a producirse un aborto. Eso es otra cosa, eso no es aborto, ¿ya? Esto lo tenemos muy estudiado, lo conocemos muy bien, nosotros, en el orden de las cosas de la moral.»
¡Sí que es complejo eso de la moral «natural»! Tanto, que resulta divinamente misteriosa incluso para quienes adhieren a su dogma. Menos complejidad y más claridad sería lo prudente de pedir en un diálogo, y menos imposición dogmática en una democracia secular. ¿Se imaginan qué sería de nosotros si no fuera por ellos, que proclaman bien de cerca el conocer muy bien y tener muy estudiado ese orden de las cosas de la moral? Quizás, dispondríamos de un sistema jurídico más compasivo con la mujer que sufre.
O: «─ Entonces, la gente me dice: ya, «¿aborto por violación?», sí, puede ser, claro… «¿aborto por… terapéutico?»… ¡No! ¡Son todos abortos! Nunca se puede tocar la vida humana porque no es nuestra. Y, mientras una sociedad… y, si nosotros no entendemos eso, después pasa lo siguiente: ¿por qué no se toca la vida humana del anciano?. Ya se está tocando. ¿Por qué no se acepta el suicidio? Ya se está aceptando en algunos países. Es decir, una vez que una sociedad toma el camino del aborto terapéutico, llamémoslo como quiera, nadie sabe después cómo cerrar la puerta. En sí mismo es malo, pero tiene unas consecuencias mucho peores. Y para qué decir la vida de la mujer…»
Ya nos referimos a la confusión forzada entre aborto terapéutico y aborto a todo evento.
El décimo punto en el falaciómetro se anota por recurrir a la falacia de pendiente resbaladiza, asumiendo que una seguidilla de males se siguen necesariamente de los males anteriores. Sirve como refutación cualquier país con aborto y sin eutanasia o suicidio asistido.
Por el precio de una, se anota un undécimo punto en el falaciómetro debido a la falacia de apelación a la ignorancia, pues el que la Iglesia no sepa «cómo cerrar la puerta» no quiere decir que nadie más sepa ni constituye argumento en favor de que el cierre de puerta que corresponda sea el propuesto por la Iglesia. Alternativas, hay; por ejemplo, por la vía del consenso entre humanos del iuspositivismo.
Sin embargo, aunque lo pareciese, no cae en la falacia de apelación a las consecuencias, pues las indeseables consecuencias morales sí son un punto a favor de las decisiones morales que busquen evitarlas.
[13:24] E: «─ Es complejo… es complejo optar, por ejemplo, en este caso, ¿cierto?, por algún candidato que, más allá, ¿cierto?, que diga que no va a legislar en favor del aborto, en cualquiera de sus vías, ¿cierto?, de sus formas, pero, de igual manera, dentro de su certeza, esté… (O: ─ Esté… que él está ya de acuerdo.) esté de acuerdo, exacto…»
[13:42] O: «─ Sí, por lo menos. Bueno, yo creo que ahí, lo que tenemos que hacer los pastores y los medios, también Uds., es informar y que, cada uno, en conciencia, decida. Porque, evidentemente que… todos tendremos que tomar una opción en el mes de noviembre. ¿Cómo tomarla? No se puede decir «éste la lleva o ésta la lleva o ésta la lleva», no. Eso no se puede hacer. Pero sí se puede decir: «mire, tenga en cuenta Ud. tres elementos fundamentales:», los que te dije: que haya respeto de la vida humana desde el que nace hasta que se muere, en las personas que Ud. va a elegir; que haya el respeto a la familia y que la familia esté fundada sobre la unión de un hombre y una mujer; y que haya el derecho de la familia a la educación de los hijos, que no haya una sol… un tipo de educación. ¿Dónde en este grupo de candidatos ve Ud. mejor eso? Proceda. Eso es lo que la Iglesia, seguramente, puede decir y va a decir.»
Así que no le recomienda echar hielo al brebaje para volverlo refrescante, sólo sugiere que agregue cubos de agua congelada. Y sepa tomarlo como una sugerencia, no como una imposición, aunque con la candidatura aludida ya estén cerradas las puertas a la consecución de un derecho, limitándose a un diálogo cívicamente improcedente.
Por completitud, ya cambiando de tema, a continuación se transcribe el resto de la entrevista:
[14:31] E: «─ Monseñor, (…) quiero aprovechar (…) para preguntarle por la presencia del papa Francisco, estos cinco meses de pontificado (O: ─ Sí), un papa que se ha mostrado muy cercano a la gente, que no ha querido, ¿cierto?, autos de lujo (O: ─ Lógico.), que no ha querido autos blindados y que ha tenido… y que ha tenido, ¿cierto?, estos gestos de poder acercarse (O: ─ Mira…) a quien quiera darle un beso o una (O: ─ …lo…) señal de…»
[14:55] O: «─ El papa Francisco nos está dando un ejemplo maravilloso que nosotros tratamos de seguir: estar con la gente, vivir con la gente y tener olor a oveja. Yo, todas las noches, [se huele la manga] a ver, ¿cómo anda el olor a oveja? Pero, yo creo que también tenemos que saber que ése es el estilo de la Iglesia. También aquí… (E: ─ ¿Ése es el estilo de la Iglesia o de este Papa en particular?) De la Iglesia, de nuestra Iglesia, de nuestra Iglesia.»
[15:15] E: «─ Pero eso no se vio reflejado en los pontificados (O: ─ Bueno…) anteriores (O: ─ Por ejemplo…)»
[15:18] O: «─ ¿Por qué? Porque es un papa alemán. Un papa alemán es un papa… un sabio, un santo papa, pero es un papa… ahora, este es un papa latinoameri… ésa es nuestra Iglesia en Latinoamérica. Anda a ver el auto que yo uso, de qué año es, anda a ver las poblaciones donde yo voy, anda ver los reportajes en un canal vecino al tuyo, ayer, ¿ya?, en que sale un cura de de la Pintana, de San Bernardo metido en el agua, en el barro. Entonces yo, de repente, cuando me dicen «una iglesia para los pobres»… si nosotros estamos trabajando ahí. Hoy día estamos con comedores, tenemos más de trescientas personas comiendo. Entonces, de repente, también, me gustó mucho ese reportaje. ¿Por qué? Porque muestra lo que hace la Iglesia. ¿Qué hace un obispo? ¿Está en CNN dando audiencia o está atendiendo…? ¡Nooo!, está en la pelea corta. Estamos en lo de todos los días. Estamos ensuciándonos los pantalones. Entonces, yo creo que el Papa nos impulsa a eso y en eso estamos todos, en esto están nuestros curas: viviendo las poblaciones, viven con ellos, viven entre los balazos. ¡Te contara las cosas que yo veo y las cosas que me toca conocer a mí! Entonces, el papa Francisco, para nosotros, es un papa latinoamericano que es muy parecido a nosotros y eso nos hace inmensamente feliz y lo estamos siguiendo detracito: él va en su autito, se sube… yo… en la televisión nuestra hemos transmitido, a través de satélite Vaticano, todo el viaje y es verdaderamente increíble, ¿no es cierto? O sea, se sube, (E: ─ El vidrio abajo, además.) se baja… Claro, todo… es que yo no sé por qué no es así. Es posible que a un italiano no le salga eso. A un alemán, tampoco. Yo tengo un cura alemán que viene a mi diócesis todos los años. Mira lo que le pasa: tiene setenta y cinco años. Y me dice: «─ ¿Qué es lo que le impresiona más de aquí? ─ Que yo veo al Obispo casi todos los días». Y, un día, me dijo… lo llevé yo en el auto que manejo, no tengo chofer yo, ando habitualmente yo manejando, y me dijo: «─ Esto es para mí es una cosa que yo no puedo entender». Él es de una diócesis importante alemana, la más importante. «─ Yo, en el año, veo dos veces al Obispo y jamás habrá pasado por mi mente que el Obispo vaya manejando y yo vaya al lado de él; eso es…». Bueno, ése es el estilo que está poniendo Francisco. Y ése es el estilo que queremos seguir nosotros.»

Resumen de falacias

  • 1 y 11: Falacia de Apelación a la Ignorancia 
  • 2: Falacia de Apelación a la Tradición 
  • 3: Falacia del Tercero Excluido o Falso Dilema 
  • 4: Falacia de Apelación a la Popularidad 
  • 5 y 6: Falacia del Espantapájaros Argumental 
  • 7: Falacia Non Sequitur 
  • 8: Falacia de Petición de Principio 
  • 9: Falacia Naturalista 
  • 10: Falacia de Pendiente Resbaladiza
Si se puede llegar a reconocer un diálogo en tal argumentación, concuerdo con el arzobispo en que dialogar no implica encontrar razón donde no la hay.