Amor, amor escéptico

por | 14 febrero, 2013
Imagen: SharpBrains

El día del amor. San Valentín. Día de emocionantes regalos, arrullos, veladas románticas y amor por doquier. Tanta exuberancia romántica transmiten ganas de correr por los campos tomados todos de la mano, exudando amor al universo. O al menos ese el cliché de esta temporada.

Pero ésta es una página “escéptica”, donde muchos de quienes nos ven desde afuera parecen rumorear que está habitada por supuestos entes lógico-racionales semi-robóticos que sólo repiten “no creo, no computa, biri-biri”… ¿Tienen ellos razón? ¿Es incompatible ser escéptico con hablar o sentir cosas como “amor”? ¿O están equivocados, y es que los escépticos también tenemos un “corazoncito”?

Y este rumor no es una invención, pues a nuestro Formspring nos han llegado muchas preguntas relacionadas al amor y los sentimientos (ortografía tal como fue recibida):

Para un escéptico, ¿QUE ES EL AMOR?, tienen prueba de demostrar que existe. O ustedes no sienten amor.
25/09/2012 

¿que es el amor para ustedes?
28/04/2012 

1- Si Dios ni Jesus existe, entonces tengo que dejar de amar al projimo, y matar y robar? 2-¿Creen que la conciencia y/o el amor es mas que un proceso electro-químico del cerebro ?
1-En una visión lógica si Dios ni Jesus existe, entonces tengo que dejar de amar al projimo, y matar y robar? 2-¿Creen que la conciencia y/o el amor es mas que un proceso electro-químico del cerebro ? 3-Opinion del dicho hacer algo con el alma…
(respondida en Formspring: http://www.formspring.me/asocesceptica/q/341355892958068735 )
15/03/2012 

¿Cuál es vuestra opinión sobre los sentimientos? ¿existen?. El amor por ejemplo, ¿es sólo un conjunto de reacciones fisiológicas?
23/11/2011

Dado tanto interés en nuestra “postura escéptica” respecto del amor y los sentimientos, en este artículo exploraremos el tema del amor (y las demás emociones y sentimientos) desde el punto de vista escéptico.

Emociones y sentimientos: dos caras de una misma moneda

Cuando hablamos de amor, emociones y sentimientos, es importante hacer una distinción entre ellos. En este artículo hablaremos de:

  • Emociones: reacciones y alteraciones del ánimo, intensas pero acotadas en el tiempo, producto de algo externo a la persona, provocadas por algo externo. La palabra emoción provienen del latín ‘emotio’, que significa “movimiento o impulso”. La emoción es provocada por algo externo, como el miedo provocado por un evento peligroso y repentino, alegría por un suceso afortunado, tristeza por un evento desafortunado, etc. Todas estas sensaciones y reacciones son finalmente procesadas y vividas indudablemente en forma interna en cada individuo, pero su origen, lo que las provoca, es externo.
  • Sentimientos: estados afectivos de ánimo, que pueden alterar en forma significativa las decisiones de quien los experimenta (comparado a las misma decisión que hubiera tomado alguien si no experimentara esa emoción, o si experimentara otra diferente). Los sentimientos son el resultado consciente de las emociones, pero van apuntadas desde el individuo hacia algo externo. Usualmente afectan al individuo por más tiempo que una emoción. Por ejemplo se siente amor hacia otro, odio hacia un enemigo, frustración por la incapacidad de cambiar la realidad, etc.

Al final, tanto las emociones como los sentimientos, si bien son diferentes, son experimentadas en la psiquis de la persona. Afectan a la persona y son “vivenciadas” por la persona. Por ello, a pesar de ser diferentes, durante este artículo se hablará indistintamente de ambos, en forma casi intercambiable, pero el lector debe tener en claro las diferencias antes mencionadas.

Pero ya sean emociones o sentimientos, si estas son sensaciones vívidas y concretas ¿Sólo las imaginamos? ¿Son reales?

¿Son los sentimientos y emociones reales?

Es un hecho que los sentimientos existen, es algo que es complejo de negar: amor, odio, pasión, tedio, miedo… todos los seres humanos sienten, gozan y/o sufren alguno de estos sentimientos en alguna parte de su vida. Son un fenómeno que al menos a nivel de nuestra propia conciencia, está ahí.

Y no sólo los seres humanos experimentamos en ocasiones fuertes estados emocionales. Sabemos que los mamíferos y seres con cerebros más desarrollados también experimentan este tipo de fenómenos, y atribuimos las mismas etiquetas que usamos para cuando nosotros las experimentamos: sabemos que un animal puede sentir ira, experimentar temor, sentir tristeza si su grupo está lejos, sentir apego por su prole, ¿tal vez amor?… y todas esas emociones y sentimientos ayudan al animal a sobrevivir. Que los animales con cerebros más desarrollados tengan esta capacidad probablemente no es casual. Un animal que no siente miedo ante el peligro corre riesgo de morir antes, así que experimentar estados emocionales así puede ser una característica evolutiva que mejora las posibilidades de supervivencia.

También sabemos que las emociones existen desde un punto de vista personal, no solo por cuanto nosotros mismos las experimentamos a diario, sino que además ellas están descritas y definidas en diccionarios y enciclopedias, por lo que son identificables, y por ello culturalmente podemos reconocerlos ya sea en uno mismo y en las demás personas, pues la presencia de ciertas características en una cierta emoción es algo observable, detectable y reconocible en forma diferenciada de otras emociones y sentimientos diferentes; a pesar de ser un fenómeno subjetivo (que se viven dentro del sujeto), sus efectos externos pueden ser claramente objetivos (observables imparcialmente por terceros).

Dado que los sentimientos y emociones no solo se “sienten”, sino que podemos detectar y reconocer su presencia con un gran grado de certeza, como por ejemplo cuando alguien está en un estado emocional “tranquilo” y de paz versus cuando está en un ataque de ira: la cara roja, los ojos a punto de salir de sus órbitas, los gestos agresivos, gritos y actitud de matar al otro son plenamente reconocibles en forma externa, y sería raro que alguien que observe a otra persona en alguno de esos dos estados emocionales podría confundir un estado con el otro o no darse cuenta de la diferencia.

Luego, podemos afirmar que los sentimientos y emociones no sólo se sienten internamente, sino que además su acción y efecto provoca signos externos en nuestro comportamiento, actitud, lenguaje, acciones y decisiones que evidencian o dejan traslucir su presencia en nuestro interior.

Sin embargo, una persona puede perfectamente entrenarse (o tener habilidades innatas) en ser un “buen” actor, y simular (o disimular) hasta cierto grado la emoción o sentimiento que experimenta (pero no todas, hay ciertas reacciones que son imposibles de esconder), y así alguien puede “parecer” impasible y relajado cuando está internamente lleno de ira, o poder simular estar profundamente interesado en algo o alguien cuando en realidad no le interesa en lo absoluto, etc. Si alguien puede “falsificar” las señales externas de las emociones y sentimientos, ¿Cómo saber si en realidad de verdad existe algo que podamos llamar sentimientos o emociones? ¿O es que cada uno de nosotros al final es tan buen actor que puede convencerse hasta a sí mismo de sentir algo cuando sólo estamos simulándolo, engañándonos a nosotros mismos sin darnos cuenta?

Si sólo pudiéramos observarnos unos a otros en forma externa, no tenemos cómo saberlo con total certeza. Sin embargo, la ciencia, en sus ramas de biología, fisiología, neurociencias y otras disciplinas similares han estado estudiando al ser humano en profundidad, cuantitativamente, desde adentro, dándonos una visión clara de que no sólo “sentimos” o “vivimos” nuestras emociones y sentimientos, sino que además, gracias a la ciencia, conocemos cada vez más qué son y dónde se producen.

El gran ente sensible: el cerebro

En el pasado la única forma de entrar al mundo sentimental y emocional del otro era a través de la observación de sus reacciones, y de lo que conscientemente manifestara a través del lenguaje. Pero la simulación y la mentira ponen en jaque nuestra capacidad de correcta interpretación de qué siente el otro.

Ante la incapacidad de poder conocer si otra persona realmente siente como parece sentir, es comprensible que nuestros ancestros supusieran que había algo mágico y misterioso en la capacidad de experimentar emociones y tener sentimientos. Y como todas las cosas desconocidas se les asignó un cierto estatus especial, metafísico, y así como el misterioso e incontrolado rayo se le atribuía a la responsabilidad de algún dios enojado, a esos misteriosos e incontrolados sentimientos también y, por ejemplo el amor se le atribuyó como responsabilidad de deidades “del amor”, tales como Afrodita/Venus.

Pero entonces apareció la ciencia y rompió el “hechizo” de asumir una magia inexistente en emociones y sentimientos.

Lo que la ciencia ha ido develando es que nuestro cerebro se usa al 100%. No existe tal cosa como que “usamos sólo un 10% de nuestro cerebro” y que los genios lo usen un poco más. Simplemente, todos los seres humanos sanos tienen un cerebro que está fuertemente especializado, pero muy descentralizado: ciertas zonas se activan en mayor grado que otras dependiendo de las tareas y pensamientos del momento, pero en conjunto se usa cada una de sus partes en el tiempo. Cada persona tiene diferentes grados de habilidad o destreza en el uso de cada una de esas zonas. Así, hay personas que pueden tener capacidades prodigiosas de cálculo y razonamiento matemático, mientras que otras con dificultad pueden llegar a respuestas a problemas matemáticos ligeramente sofisticados. Sin embargo ambos usan similares regiones cerebrales para decodificar el texto de una operación matemática y para llevarla a cabo, para hablar, para ver los colores, etc.

Al entender al cerebro de esta manera, cabe preguntarse si las emociones o sentimientos tienen una impronta de uso de nuestro cerebro, si las emociones “están” en él. Y la respuesta es que sí, y esto se puede ver cuando personas que vivencian ciertas emociones y sentimientos sistemáticamente activan las mismas regiones específicas de sus cerebros, lo que se puede observar gracias a pruebas como el fMRI (“Functional Magnetic Resonance Imaging”, Imágenes por Resonancia Magnética Funcional. Este tipo de pruebas permiten conocer qué regiones del cerebro se activan en distintos escenarios y, en particular, puede probarse el impacto de diferentes estados emocionales en el cerebro.

A su vez, el cerebro es el gran controlador del cuerpo, y cuando el cerebro “siente” una fuerte emoción, gatilla procesos hormonales que preparan al resto del cuerpo para literalmente “vivir” la emoción. Por ejemplo ante un gran temor el cuerpo puede verse inundado por una descarga de la hormona adrenalina, todo comandado por el cerebro, de manera que todo el cuerpo (piel, músculos, corazón, sistema nervioso, etc.) se preparan para enfrentar el peligro: luchar o escapar.

Entonces dado el nivel de evidencia científica acumulado hasta ahora a nivel de fisiología y neurociencia, no hay duda alguna de que las emociones y sentimientos existen, y que son totalmente reales. Pero cabe hacer notar que el hecho de que existan no significa que tengan nada de sobrenatural o que escape a la fisiología del propio cuerpo.

Sin cerebros y químicos (hormonas, neurotrasmisores, reacciones endocrinas, etc.), no habría emociones, y por ende tampoco habría sentimientos; pero como tenemos un cerebro y una sopa de bioquímica que lo afecta, nuestro mundo emocional es totalmente real. Quien dude que tal cosa sea cierta tiene que observar a personas que por diversas enfermedades o accidentes hayan dañado su cerebro.

Los enfermos de Alzheimer, a medida que pierden su memoria y su cerebro se daña más y más, van poco a poco perdiendo la capacidad de reconocer incluso a sus seres más queridos (cónyuges, hijos, etc.), al punto de que la persona enfrente de ellos no es más que otro desconocido, el cual no despierta ni el más vago sentimiento de amor o cariño en el cerebro del enfermo, a pesar que antes el enfermo “adorara con pasión” a dicha persona, e intensas emociones lo embargaran con solo ver a su familia. Esto muestra claramente que si el cerebro se daña, si se altera o ya no funciona correctamente, nuestros sentimientos se alteran, dejan de procesarse y de producirse. El cerebro es el verdadero motor de nuestra personalidad y de nuestras emociones y, si falla, nuestras emociones también lo  hacen con él, y los sentimientos mutan o se desvanecen.

Así que, finalmente, podemos acercarnos a las preguntas que originaron este artículo: ¿Existe el amor? ¿Podemos demostrar su existencia? Como escépticos ¿Amamos? Las respuestas son tres rotundos SÍ.

Haz el amor y no la guerra

El amor como sentimiento demostradamente existe a nivel científico. Es posible someter a pruebas a una persona a fMRI y se pueden identificar perfectamente patrones específicos en el cerebro de esa persona cuando ella observa imágenes de personas a las que manifiesta amar, y que son completamente diferentes al estado de su cerebro cuando se le presentan imágenes de personas que no conoce, lugares neutros, o personas a las que directamente odia.

Pero no sólo se observa el amor al nivel científico de exámenes de laboratorio. Como se mencionó antes, los efectos externos del “amor” en el comportamiento del “enamorado” también son perfectamente reconocibles externamente: la persona se comporta diferente en presencia de la persona que ama, se preocupa por ella, su tiempo y preocupación están en torno a hacer feliz al ser amado. Y, por lo mismo, cuando por cualquier motivo el amor se “acaba”, la persona ya no amada rápidamente es capaz de reconocer que algo anda mal: su amado ya no responde a sus necesidades de la misma forma que al principio, perdió el interés en él o ella, al acercarse a él o ella no le produce la misma alegría que antes, etc.

Quienes dicen que el amor es algo real y pero que “no se puede demostrar su existencia” implican que millones de personas en este instante se sienten enamoradas pero no son capaces de reconocerlo en sí mismos ni en el otro; Si el amor fuera indemostrable significaría que millones de personas no son capaces de reconocer ese sentimiento en el otro a partir del comportamiento del ser amado; decir que el amor existe pero no se puede demostrar también caería en el absurdo de significar que millones de personas erróneamente se han divorciado por considerar que su amor hacia el otro o el amor del otro hacia ellos ya no existe, pero bajo la errada premisa del “amor indemostrable” nunca podrían haberlo sabido en primera instancia, pues si el amor (o su ausencia) son “indemostrables” en tal caso toda su infelicidad (y su felicidad previa) no pudieron existir, pues nunca hubieran siquiera sabido que sentían amor por el otro.

Por ello, el amor, como todo sentimiento, tiene una base neurológica y fisiológica totalmente real, reconocible y medible no sólo instrumentalmente, sino que especialmente a nivel de nuestro comportamiento, actitudes y prioridades, en las decisiones que tomamos y en cómo enfrentamos diferentes situaciones.
Ahora, cuando se asume que todo nuestro mundo emocional es un efecto fisiológico eso no hace que tener sentimientos positivos como el amor, o experimentar emociones positivas como el placer, la alegría, la empatía, etc. deje de ser algo estupendo y que toda persona, escéptico o no, quiera y tenga el derecho de buscar y lograr tales sentimientos y emociones. Así que, como seres humanos, no estamos ajenos a nuestras emociones, sea uno escéptico o no.

Amor escéptico

Alguien que se considera escéptico racional es partidario de la razón y la ciencia; la razón es algo que privilegiamos. Por ello aunque queremos que los estados emocionales positivos sean los que predominen en nuestra vida por sobre los estados negativos, como seres amantes de la razón buscamos que sin importar cuál sea la emoción o sentimiento que nos embarga, no queremos que nuestro “mundo emotivo interno” nuble nuestra razón, y nos fuerce a tomar decisiones equivocadas e irreflexivas.

Como escépticos racionales queremos tomar decisiones que podamos estar satisfechos de haber tomado y que podamos mantener con satisfacción aún después de que la emoción cese, o el sentimiento cambie.
Queremos tomar decisiones de las cuales no tengamos que arrepentirnos y excusarnos de “habernos dejado llevar por la emoción” como algo que lamentar.

Pero lo complejo es que nuestra mente pareciera jugar como en un balancín entre el “ser” racional y el “ser” emocional. Cuando uno está en su punto más alto el otro está en el más bajo y viceversa. El desafío para quienes fomentamos el uso de la razón entonces es vivir la vida de manera de disfrutar plenamente de nuestras emociones y sentimientos más profundos, pero sin que nuestra razón quede nunca apagada, y que nuestras facultades racionales siempre puedan advertirnos a tiempo si algo anda mal. Para que no se tenga que decir la fatal frase “es que perdí la cabeza…”, usualmente cuando ya es demasiado tarde.

Amar es una faceta más de nuestra existencia, y como escépticos, igual podemos disfrutar de un “día del amor” al lado de quienes queremos y amamos. Feliz día del amor.

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