La Homosexualidad de nuestro Estado Laico

por | 21 enero, 2011
Matrimonio homosexual

Pocos temas han sido tan gravitantes de la cultura humana como nuestra reproducción, empresa que ha estado ligada al acto coital desde los albores de nuestra especie, de nuestra clase Mammalia (mamíferos) y de múltiples otras que recurren a esta forma de reproducción sexual.

Como humanos, aparte del evidente interés biológico que todo ser vivo tiene por preservar sus genes, construimos cultura en torno a la forma de organizar nuestra reproducción y nuestras respectivas prácticas coitales. Así, al coito biológico, le adosamos una carga cultural respecto de la distribución de la riqueza entre nuestra progenie, su identificación social y respectivas responsabilidades civiles. Dinero mediante, a poco andar surge el interés de las religiones por normar moralmente esta conducta, pretendiendo instrumentalizar nuestro Estado laico para sus propósitos no tan ultraterrenos. Hoy, por reiteradadísima vez en la historia, ha vuelto a ser el turno de las personas con orientación sexual homosexual, pretendiéndose volver a entrometer motivos sagrados en la Constitución de un Estado secular, mermando aún más nuestra todavía poco efectiva separación entre el Estado y las instituciones religiosas.

Dignidad y Religión

«Rebelión en la granja».
Unos más iguales que otros

Típicamente, las religiones establecen manifiestamente diferentes niveles de dignidad entre las personas, pudiéndose observar diversos criterios a lo largo de la historia: que hombres o mujeres, que blancos o negros, que nacionales o extranjeros, que nativos o colonos, que sanos o enfermos de algo específico, que tal raza, que tal ascendencia, etc. Como el amor emanado de sus enseñanzas no tiene límites, otras religiones proclaman reconocer dignidad en todas las personas, pero la letra no tan chica de sus escrituras no escatima en ejemplos donde algunas personas se reconocen más o menos dignas que otras. Todos iguales, pero como cínicamente nos ilustra George Orwell en su obra «Rebelión en la granja» (1945), no todos igualmente iguales, sino que unos más iguales que otros.

Coito sagrado

Única familia reconocida

Los credos religiosos proliferan en los espacios que dejamos a la inevitable ignorancia. Los humanos evitamos aceptar la ignorancia respecto de algo y preferimos inventarnos cualquier respuesta antes que no contar con una. Ignorando el detalle de cómo concebíamos a nuestros hijos, las religiones nos los hacían recibir como regalos de Dios, elevando el coito como canal sagrado para la realización de la voluntad divina. Ignorando las causas de infertilidad, en las sociedades patriarcales se despreciaba a la mujer por no poder darle hijos a su esposo, descartando que el estéril pudiese ser él. Habiendo hijos, se le despreciaba por no darlos varones, como si en ella radicase el poder de elegir su sexo. La dicotomía era macabra: si nacía mujer, era mala esposa por no dar varón, pero si nacía varón, era regalo de Dios. Este mismo tipo de sesgo lo podemos observar cuando se califica como milagroso un hecho beneficioso, mientras que se atribuye causa humana a los perniciosos.

Impureza

Mujer impura menstruando

La visión de la mujer como impura bien podría deberse a la ignorancia ancestral imperante respecto de los ciclos biológicos naturales femeninos, capitalizándose clericalmente para fines docrinales. ¿Podríamos llegar a contar cuántas mujeres han muerto a causa de este mito y cuántas otras, por lo mismo, han sufrido martirios y sufrimientos indescriptibles? Una hipótesis que alguna vez leí, planteaba que el origen del rechazo clerical a la homosexualidad podría haberse originado por considerarse que un hombre se rebajaba al servir de mujer a otro hombre, denigrando su género y derramando ociosamente, respecto de sus divinos fines reproductivos, la semilla que Dios le había encomendado para procrear.

Amor universal

Amor poco Universal

La piadosa tradición judeocristiana dispone de abundantes prescripciones morales contra la homosexualidad en su Biblia. El amor enseñado por el Islám no se queda atrás con su Corán. El estimado creyente lector podrá agregar a este listado cuanto texto sagrado guste. Algunos de estos textos propician su amor universal mayormente hacia los homosexuales varones, pero para no sesgar su reconocimiento de la dignidad femenina, las religiones actuales han hecho extensivo su sentimiento hacia las mujeres homosexuales. Verán, pues, que las religiones no son tan malas en todo, pues al menos en algo han reconocido equiparar sus dignidades.

En el caso de la Iglesia Católica, no es raro saber de papas, cardenales, obispos o rasos sacerdotes expresando su amor eclesiástico hacia los homosexuales. El papa Juan Pablo II no escatimó en epítetos, habiéndose calificado a la homosexualidad durante su pontificado como «intrínsecamente perversa«, mientras que Benedicto XVI hace lo propio calificando a las uniones homosexuales como «desnaturalizadoras de la familia«. Al creyente lector podría interesarle ver el documental «Religion: The Horrors, Beliefs and homophobia» («Religión: Los Horrores, Creencias y Homofobia«).

Falacia adjunta: pedofilia

Pederastia clerical

Al ser interpelado por las acusaciones de pederastia en la Iglesia, el papa Benedicto XVI evade jabonosamente el tema devolviendo una falacia triple, prestando nuevo ejemplo del tradicional cinismo clerical, al asociar la homosexualidad con la pedofilia. Para empezar, responde a la «pederastia» (violación de niños) cambiándola por «pedofilia» (atracción sexual por niños), siendo esta última una condición psicológica que no es elegida por quien la padece y siendo distintas la atracción por alguien de la acción de violentar sexualmente a alguien. También saca por debajo de la sotana una correlación espuria entre la homosexualidad y la pedofilia, y evoca a la homosexualidad como causa de la pederastia. Sobre esto último, si se restringiese el universo muestral a su propio clero, podría concedérsele tal correlación (no causalidad) entre homosexualidad y pedofilia, además de pederastia, descontando el sesgo estadístico debido a la negación del ratio base.

Homosexualidad reprimida

Homosexualidad reprimida

No deja de ser llamativa la obsesión clerical con la sodomía. Parecieran tener algo que salta automáticamente cuando se les hace evocar simultáneamente los conceptos que tengan asociados al ano y al pene. Meier et al. nos dan una luz respecto de lo que podría estar sucediendo tras bambalinas con su estudio «A secret attraction or defensive loathing? Homophobia, defense, and implicit cognition» («¿Una atracción secreta o repugnancia defensiva? Homofobia, defensa y cognición implícita«, 2006), donde se asocia fuertemente la homofobia a homosexualidad reprimida.

Falacia adjunta: maldad

El Malo más malo

Los fundamentalistas religiosos atribuyen a los homosexuales y a los ateos todo tipo de inmoralidades y los sindican como significativos causantes de los males del mundo (bajo su particular concepción de «maldad»), extendiendo hacia ellos todo su característico amor religioso, produciendo una caricatura análoga a la que realizasen los nazis sobre los judíos respecto de los males que aquejaban a su nación. La American Psychologial Association, APA (Asociación Psicológica Americana) emitió el estudio «Lesbian and Gay parenting» («Parentalidad Lesbiana y Gay«, 2005) desmintiendo con bases científicas aquellos perniciosos mitos y prejuicios que las religiones han instaurado en nuestra sociedad respecto de la calidad afectiva parental que los homosexuales pueden entregar a sus hijos, cuando se les permite tenerlos. En resumidas cuentas: los hijos criados por padres homosexuales no evidencian mayores «problemas» indeseables respecto de aquellos criados por padres heterosexuales. Más aún, considero que tienen mejor oportunidad de desarrollar aceptación de la diversidad e integrar amorosamente al resto de las personas debido a su experiencia de vida ante el amor entre personas del mismo sexo. Ya en los años ’70, la Organización Mundial de la Salud, OMS dejó de considerar a la homosexualidad como enfermedad.

Homofobia es fobia

Fóbico

Guste o no guste a los clérigos y a sus devotos, la homosexualidad es parte constitutiva de la humanidad, haciendo partícipe de en torno al 3% de la población, siendo una característica que está lejos de ser exclusiva de los humanos, sino que está presente en una amplia diversidad de especies (particularmente mamíferos), lo que tiende a evidenciar su carácter evolutivo. La homofobia no tiene tal nombre en vano, sino que por algo se denomina «fobia«, es decir, un miedo irracional incontrolable, siendo al menos el miedo una cualidad típica que los credos necesitan para proliferar entre los creyentes. Los alcances de la irracionalidad y el descontrol los dejo como ejercicio para el lector. Un homofóbico, al ser fóbico, está padeciendo una enfermedad mental, la que bien puede ser socialmente inducida. También es una suerte de psicópata, pues se desentiende del sufrimiento ajeno que es capaz de provocar sobre un homosexual como consecuencia de (al menos) su discriminación. Esta psicopatía, legitimada socialmente por varias religiones, crea un cóctel cultural macabro en contra de humanos, por tanto sintientes y dignos.

Dualismo psicótico

«Separados» no es «Igual»

El detalle de esta interpretación puede variar de un credo a otro, pero al menos la Iglesia Católica plantea «amar al pecador, condenar al pecado«. Tal credo bien puede considerar como pecado lo que se le antoje y así lo hace con el acto homosexual. La Iglesia acepta a la persona homosexual, pero considera pecado la realización del acto sexual homosexual, llamándoles a la castidad. Le interesará averiguar con algún psicólogo laico las consecuencias de tal represión sexual por parte de un homosexual creyente católico que no quiera pecar. Ciertamente, una de las salidas posibles es y ha sido ordenarse como sacerdote católico.

La conjunción entre la aceptación de su ser con el rechazo a su propio hacer, sea sobre el sexo o cualquier otra cosa, reduce la concepción de dignidad a la de un ser sin libertad, a una persona-objeto de disposición ajena.

Estado secular y fundamentalismo religioso

Estado no secular

Nuevamente, el fundamentalismo religioso pretende instrumentalizar a nuestro Estado laico, transformando el reconocimiento no discriminatorio de los derechos de ciudadanos libres en una diatriba clerical descarada: “las especiales características del vínculo matrimonial están determinadas por su naturaleza antropológica y sagrada, de acuerdo a las creencias religiosas y por la importancia que esta institución tiene en el plano social, que la hacen digna de la mayor consideración y protección por parte de la ley y del aparato estatal”. Demasiada consideración ya tienen, diría yo, al permitírseles llevar a cabo tan bárbaras discriminaciones en base a nula evidencia y a alucinatoria demencia.

Discriminación

En esta instancia, según ha denunciado MOVILH, tal odio es encarnado por los senadores Chahuán, Horvath y Prokurita (RN), quienes cuentan, de seguro, con el apoyo de una proporción significativa de la población y de diversos grupos clericales que encuentran legítimos motivos para discriminar en base a una interpretación retorcida de retorcidos textos escritos por alucinados con hadas. Ignoro qué entienden estos creyentes por amor (esperen, ya sé, me respondo solito: «Dios es Amor«, 1 Juan 4:8), pero más bien considero que están:

  • propiciando la discriminación en base a la orientación sexual, pasando a llevar sus Derechos Humanos,
  • imponiendo ilegítimamente una estructura única y rígida de organizarse familiarmente,
  • pretendiendo clericalizar nuestra Constitución, pudriendo nuestra Democracia y encaminándonos hacia una Teocracia.

Homosexuales fuera del clóset cívico

Y tú, cristiano homosexual, ¿hasta cuándo te dejarás paralizar por el miedo a un inexistente castigo eterno fundamentado en cuentos de hadas? ¡Exige tus derechos civiles! Afuera de tu Iglesia habemos una proporción importante de la población, creyentes y ateos, heterosexuales y homosexuales, hombres y mujeres, que te reconocemos íntegramente como un ser digno y pleno en derecho. Tu pasividad permite el avance del fundamentalismo religioso en contra de ti mismo. Este corralito ciudadano es un clóset del que también te beneficia salir.

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